El nasobuco es posiblemente el objeto más mencionado por estos días a nivel planetario. Mucho se habla de él, y se le busca en aras de evitar el contagio con el SARS-Cov-2 y contraer la COVID-19. También resultan temas frecuentes el lavado consciente de las manos, y la necesaria desinfección de superficies con soluciones cloradas o alcohólicas.
Que todo esté «limpio» se vuelve un desvelo en tiempos de pandemia. Hay quienes, sin embargo, son incapaces de percibir el peligro e incumplen con las más elementales medidas que nos ayudan a prevenir males mayores.
Las goticas de Flügge
El mérito del descubrimiento de que ciertas infecciones podían transmitirse por vía aérea corresponde principalmente al bacteriólogo e higienista alemán Carl Georg Wilhelm Flügge (1847-1923). Este hombre de ciencias demostró en 1890 que durante un discurso tranquilo se podían rociar en el aire y en muy poco tiempo, un número significativo de gotas muy pequeñas, casi invisibles para el ojo humano.
Por esta razón a esas pequeñas gotas se les conoce en Medicina como de Flügge (o Flugge), y son descritas como diminutas partículas expelidas al hablar, toser, estornudar o respirar. Ellas son capaces de transportar en su interior gérmenes infecciosos de un individuo a otro.
El tamaño de tales partículas puede llegar a ser de 0,5 a diez micrómetros. Logran permanecer hasta 30 minutos en suspensión en el aire. Su diminuto tamaño les permite, además, alcanzar fácilmente las vías aéreas más pequeñas dentro de los pulmones.
Para que se tenga una idea más exacta del peligro que entraña una de estas goticas de Flugge, se puede tomar como ejemplo su trascendencia en la tuberculosis. Cada una de estas partículas puede alojar en su interior entre una a tres bacterias tuberculosas —también conocidas como bacilo tuberculoso—, conocidas, asimismo, como «unidad bacilar» (bacilar proviene de bacilo tuberculoso).
Téngase en cuenta que un virus, por su parte, es mucho más pequeño que un bacilo tuberculoso.
Pruebas recientes con el nuevo coronavirus
La actual pandemia ha suscitado la realización de variadas investigaciones científicas de forma acelerada con el fin de prevenir y tratar el nuevo coronavirus. Entre estas, vamos a referir una reciente, publicada el 17 de marzo último, en la prestigiosa revista médica New England Journal of Medicine, y llevada a cabo principalmente por investigadores norteamericanos del Instituto nacional de alergia y enfermedades infecciosas de la Universidad de California y de los CDC de Atlanta.
En el estudio se evaluó la estabilidad del SARS-Cov-2 en aerosoles y diferentes superficies. Así se pudo demostrar que el citado germen es capaz de ser contagioso en aerosoles durante todo el tiempo que duró el experimento (tres horas).
Con respecto a las superficies contaminadas se logró probar que el virus permanecía con gran estabilidad hasta 72 horas después de colonizar una superficie de plástico. En superficies de acero inoxidable era capaz de permanecer viable hasta 48 horas. En superficies de cartón y cobre, no se detectó el virus al paso de las 24 horas, y de las cuatro horas, respectivamente.
La peor noticia que se asocia a estas conclusiones es que nuestro mundo está rodeado mayoritariamente de plástico y en menor medida de acero inoxidable, por lo que es fácil discernir que se hace necesaria la desinfección frecuente de estas superficies para cortar el ciclo de transmisión del virus como uno de los esfuerzos para mitigar la actual pandemia y evitar muertes.
Después de leer estas evidencias, ¿quién dudará del uso correcto del nasobuco y de la necesaria desinfección de superficies? Quien subestime esas medidas está poniendo el valor de la vida en planos secundarios.
Por: Dr.C. Julio César Hernández Perera
Fuente: Holbrook MG et al. Aerosol and Surface Stability of SARS-CoV-2 as Compared with SARS-Cov-1. NEJM.