Por Agustín Lage Dávila.
-Compañera Rectora Dra. Miriam Nicado;
-Profesores y Alumnos de esta trinchera de soberanía y justicia social que es la Universidad de La Habana;
-Compañeros invitados:
Pudiera pensarse que a partir de un cierto momento en la vida ya no hay espacio para nuevos compromisos; pero hoy para mí se hace muy claro que eso no es así, pues este título Doctor Honoris Causa es fuente de compromisos superiores, que espero poder cumplir.
Lo recibo no como premio, sino como herramienta de trabajo, y como fuente de nuevas responsabilidades.
También es este un momento de inevitable reflexión, pero prefiero reflexionar no sobre lo que pudieran haber sido mis aportes científicos y docentes en cada etapa, sino al contrario, comentarles lo que cada etapa me aportó a mí, lo que me permitió aprender.
Esos aportes recibidos de muchos profesores y compañeros, son más numerosos y más importantes que los yo pueda haber hecho. Uno siempre está en deuda con esta sociedad socialista que nos ha dado tantas oportunidades y esa deuda incluye el deber de interpretar y trasmitir lo aprendido.
Toda trayectoria está marcada por transiciones, y puede ser útil a los más jóvenes describir lo aprendido en cada una de ellas. De eso quisiera hablarles hoy:
La etapa preuniversitaria y universitaria de mi generación, fue la de la fervorosa y fascinante década de los años 60: La creación del Partido Comunista, La Ofensiva Revolucionaria del ´68, la epopeya internacionalista del Che, la solidaridad con Vietnam, el despertar anticolonial de África, la universalización de la enseñanza universitaria en Cuba, los planes de becas constructores de igualdad social, las campañas de recogida de café, la zafra grande del año ´70.
Incluyo mi período como miembro del Comité Universitario de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Nos aportó a los jóvenes de aquella época el compromiso con la construcción de una sociedad más justa que dejase en el pasado al mismo tiempo al subdesarrollo y al capitalismo. Nos aportó la comprensión de que cualquiera que fuese la obra profesional o científica que emprendiésemos, esta era sólo una parte de una obra revolucionaria mayor, que le daba sentido a cualquier esfuerzo. Definitivamente la vocación verdadera era la Revolución, y la ciencia era un instrumento para realizarla.
Por eso, y cuento aquí por primera vez esta anécdota, cuando en el IV Congreso del Partido de 1991 en el que se habló mucho sobre el Polo Científico, un presentador dijo algo así como: “y ahora van a hablar los científicos…”. Me atreví a rectificarle y decir: “No….Ahora van a hablar los comunistas que trabajamos en el campo de la ciencia..”
Las primeras etapas de formación como científico, el postgrado en el CNIC (en aquella época parte de la Universidad) y luego en el Instituto Pasteur de París, además de las primeras experiencias de lo que es la vida diaria en un laboratorio de investigaciones experimentales, sembraron la confianza en el poder del pensamiento racional y del método científico para entender la realidad y transformarla.
lustraron los rasgos propios de las ciencias biológicas, que las distinguen de la física y la química, por su grado mayor de complejidad. Ilustraron que la ciencia no tiene caminos fáciles, y que no existen sustitutos para el compromiso de hacer “buena ciencia”. Lleva mucho tiempo de trabajo callado y anónimo, antes de poder decir “algo”.
Pero al mismo tiempo, los primeros resultados y las primeras publicaciones solidificaron la confianza de que los cubanos podemos, Cuba puede.
Los años en el Instituto Nacional de Oncología, demandaron aprender cómo conectar las ciencias básicas, primero con las ciencias clínicas y luego con la epidemiología y los programas de salud. Nos enseñaron que el método científico de pensamiento no es exclusivo de los laboratorios experimentales ni de las ciencias básicas. Es una manera de pensar y una conquista de la cultura.
La participación en la construcción del Programa Nacional de Cáncer nos permitió comprender que la Salud es una ciencia social, con componentes de biología y no al revés. Y que la longevidad humana saludable, que ya se expresa claramente en nuestra estructura demográfica, no es un producto colateral de la selección natural biológica, sino una conquista de la creación de conocimientos, cohesión social y valores. La experiencia reciente del enfrentamiento a la pandemia de coronavirus ilustra muy bien ese concepto.
Esta etapa del Instituto de Oncología coincidió con una enriquecedora experiencia de participación en el Comité Asesor de Investigaciones en Salud de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), espacio de interacción con profundos pensadores sobre la Salud Pública en nuestro continente, y de intensos debates sobre cómo poner la ciencia en función de las necesidades de las poblaciones humanas.
Ilustró la complejidad intrínseca de las intervenciones de salud y la necesidad de articular todos sus componentes, de manera transdisciplinaria, si se quiere tener impacto en los indicadores.
En un debate internacional una buena amiga de Cuba me dijo: “Mira, en este mundo de la Salud Pública hay muchos que escriben y no hacen nada de lo que escriben, pero ustedes los cubanos, hacen y no escriben lo que hacen”. Elogio y crítica a la vez, que me enseñó la importancia de escribir las experiencias y de dar ahí “batallas de ideas”. Escribir es una responsabilidad ante los que vienen después. De esa comprensión salieron los primeros artículos que pudieran entenderse como de “ciencias sociales”.
Luego vino la etapa de la biotecnología, el contacto directo con el liderazgo, el magisterio y la audacia de Fidel Castro, la construcción física del Centro de Inmunología Molecular (también aprendí mucho de los constructores), y la creación de conexiones entre la ciencia y la producción, y entre estas y la economía. Esa etapa nos hizo entender el concepto de investigación “a ciclo completo”, es decir asumiendo las complejidades de llevar el resultado científico hasta la realización productiva y económica.
Al colectivo de biólogos y médicos del naciente CIM se sumaron físicos, matemáticos, ingenieros, abogados y economistas; y eso expandió notablemente nuestro campo visual, e ilustró el poder de las “ciencias de convergencia”, cuando campos del conocimiento hasta entonces separados, convergen para crear algo nuevo.
Así sucedió cuando la biotecnología moderna emergió de las interacciones entre la genética, la inmunología y la ingeniería de las fermentaciones. Así debe suceder en los próximos años, cuando continúe el acercamiento entre las ciencias biológicas y las ciencias de la información, la gestión de datos, la inteligencia artificial, las nanotecnologías, la robótica y otros componentes de la cuarta revolución industrial que se acerca a gran velocidad.
La tarea de dirigir el CIM nos acercó a las ciencias empresariales y a la gestión de proyectos; y al concepto mayor de “Economía del Conocimiento”, que después se vinculó al concepto de Empresa de Alta Tecnología, que hoy está en los Lineamientos del Programa Económico y Social de la Revolución.
Esta tarea nos aportó también una comprensión de la importancia y las complejidades de la inserción de la economía cubana en la economía mundial, a través de las palancas de la ciencia, e incluyó el reto de las negociaciones internacionales que condujeron a exportaciones en decenas de países, a la valorización y la negociación de activos intangibles y la creación de empresas en contextos tan disímiles como pueden ser Canadá, China, India, Argentina, Brasil, Singapur y Tailandia, por solo mencionar los más complejos. Cada una era como un curso de postgrado sobre contextos y culturas diferentes, el cual habría que aprobar o suspender.
La Asamblea Nacional del Poder Popular, en su Comisión de Asuntos Económicos, que en 1993 era, como lo llamó Fidel “El Parlamento del Período Especial”, y las tareas de desarrollo local en el municipio de Yaguajay coincidieron en tiempo con la Biotecnología, y fueron una tremenda escuela de realidades sociales y de cubanía. Cuando uno está expuesto a espacios diversos (geográficos y culturales) de la realidad, es cuando puede ver mejor las esencias que los atraviesan a todos.
Coincidió esta etapa también con el difícil Período Especial, en que Cuba perdió el 35% del PIB, pero no perdió ni una décima porcentual de su voluntad de resistir y de su confianza en el futuro.
Cada sesión de la Asamblea era un diálogo con Fidel. El Che describió este proceso de interacción de Fidel con la gente, en su clásico ensayo sobre “El Socialismo y el Hombre en Cuba”. Esa escuela nos permitió entender los roles de la ciencia en el proyecto social socialista cubano y aspirar a que el método científico de pensamiento se convirtiese en un componente de la cultura general del cubano y en un motor de nuestra economía. Nos permitió también apreciar de cerca el poder catalizador de la docencia universitaria en la sede municipal.
Compañeros:
Un reconocimiento como este frecuentemente incita a hablar sobre el pasado, pero les pido que me permitan utilizar esta ocasión para hablar también sobre el futuro.
Viendo todas esas etapas en retrospectiva, ellas se nos presentan como un gran período de aprendizaje, de enseñanzas que debemos a otros (algunos están aquí hoy) y que solamente tendrían sentido en función de las tareas que hay que emprender de ahora en adelante. Como dijo Shakespeare: “el pasado es un prólogo”.
Martí, que lo dijo todo, también desarrolló esta idea y expresó que: “La antigüedad es un monumento, no una regla: Estudia mal quien no estudia el porvenir”.
Y es que la ciencia tiene ahora responsabilidades nuevas. Y eso hay que entenderlo bien, porque son ciertamente nuevas. El espacio de la ciencia en las sociedades humanas está cambiando y los roles de la ciencia son hoy bien diferentes a los que eran incluso a mediados del siglo XX. Y eso es especialmente así para Cuba.
En un mundo globalizado y de rápidos cambios tecnológicos, el desarrollo económico depende cada vez más de la conexión de nuestra economía con la economía mundial, y eso no puede hacerse exportando productos primarios de bajo valor agregado, para importar manufacturas de alto valor agregado. Esa conexión hay que hacerla con productos y servicios de alto contenido de conocimientos, y ello demanda capacidades de asimilar creativamente conocimientos y tecnología nuevas, y demanda capacidades de crear conocimiento, es decir, de ciencia e innovación.
Se trata de insertarnos en los flujos globales, no solamente de productos, servicios y capital, sino en los flujos globales de conocimientos.
El aislamiento económico y tecnológico es un enorme riesgo para nuestro proyecto social. El enemigo lo sabe, y por eso mantiene el bloqueo. Pero nosotros lo sabemos también y contamos con la ciencia para reforzar nuestras conexiones con el mundo.
En un mundo de enormes y rápidos flujos de información, la soberanía nacional (que necesitamos para poder realizar nuestro proyecto de justicia social) depende de nuestra capacidad colectiva de pensar las realidades mundiales con cabeza propia, y depende otra vez de nuestra capacidad de crear conocimiento. Lo dijo Fidel, como tantas otras cosas, en 1991: “La independencia no es una bandera, o un himno, o un escudo. La independencia no es cuestión de símbolos. La independencia depende del desarrollo, la independencia depende de la tecnología, depende de la ciencia en el mundo de hoy”.
También el socialismo, sistema en que seguimos confiando como forma superior y sostenible de justicia social y convivencia humana, depende del desarrollo científico y técnico. La confianza en la posibilidad de un sistema social superior, y la confianza en la ciencia, nacieron juntas en la historia.
La ciencia, y el conocimiento en su sentido más amplio, son un producto social. Nadie puede poseer todas las piezas de conocimiento previo necesarias para descubrir o inventar algo. Y en la misma medida en que la vida económica dependa de la ciencia socialmente construida, se hará más insostenible la contradicción fundamental del capitalismo entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación.
Una economía cubana basada en el conocimiento será no solamente más eficiente y más desarrollada, sino también más socialista.
Son las fuerzas productivas técnicamente avanzadas las que hacen inviable que sea el mercado la forma principal de las relaciones entre las personas. Hacer ciencia, en Cuba, es también defender el socialismo.
La sociedad socialista, justa, próspera y sostenible a la que aspiramos, requerirá cada vez más una cultura científica, y no se trata de una u otra institución científica, vinculada a la ciencia mundial, sino de la integración del pensamiento científico en la cultura general del cubano, en todas sus instituciones, en todas sus tareas sociales, en todos los espacios territoriales.
Cuando se siembra ciencia en una sociedad no se obtienen solamente nuevos conocimientos o tecnologías, se siembra también una cultura de racionalidad, pensamiento basado en datos, construcción de hipótesis verificables, objetividad, debate, crítica y verificación constante e independiente, todo lo cual es fuente de ética y valores, y levanta un muro de contención contra la superficialidad, la superstición y la pseudociencia. Todos debemos ser “hombres de pensamiento”.
La Constitución de la República, que discutió y aprobó la inmensa mayoría de los cubanos en el 2019, captura muy claramente la idea de las nuevas responsabilidades de la ciencia. Es un enfoque nuevo en nuestra historia constitucional. Las Constituciones anteriores no daban ese protagonismo a la Ciencia, la Tecnología y la Innovación.
La Constitución de 1940 (que Raúl Roa, en esta misma Universidad, caracterizó como “un camino y no una meta”) apenas mencionaba en su Artículo 47 que “son libres la investigación científica, la expresión artística y la publicación de sus resultados”.
La Constitución socialista de 1979 ya implicaba explícitamente al Estado, al establecer en el Capítulo IV de Educación y Cultura (inciso f) que “La actividad creadora e investigativa en la ciencia es libre. El Estado estimula y viabiliza la investigación y prioriza la dirigida a resolver los problemas que atañen al interés de la sociedad y el beneficio del pueblo”.
Pero esta nueva Constitución del 2019 aborda el tema de la ciencia en su Título II de Fundamentos Económicos, y dice en su Artículo 21: “El Estado promueve el avance de la ciencia, la tecnología y la innovación como elementos imprescindibles para el desarrollo económico y social. Igualmente implementa formas de organización, financiamiento y gestión de la actividad científica, propicia la introducción sistemática y acelerada de sus resultados en los procesos productivos y de servicios….”.
Es un concepto superior: sitúa la Ciencia, la Tecnología y la Innovación en el centro de la estrategia económica, y la identifica como tarea del Estado socialista.
En uno de los debates que tuvimos sobre la Constitución con los trabajadores del Centro de Inmunología Molecular, una joven científica espontáneamente exclamó: “¿Cómo no la vamos a aprobar, si la hicimos nosotros mismos?”
Asumir las nuevas responsabilidades, porque nuevas son, de la ciencia en Cuba implica hacer crecer, en capital humano y en infraestructura, nuestro sistema de ciencia, tecnología e innovación y reforzar sus conexiones con la economía, con la educación, con la cultura, y con el mundo, y encontrar con creatividad nuevas formas de financiarlo.
Cuba no puede aspirar a una inserción en la economía mundial a través de la exportación de recursos naturales porque no los tenemos. Tampoco somos un país de grandes dimensiones, con una demanda interna grande que funcione como atractor de desarrollo industrial. Nuestra inserción soberana en la economía mundial tendrá que ocurrir por los caminos de la ciencia, la tecnología y la innovación.
Lo harán los jóvenes cubanos, muchos de ellos salidos de esta misma Universidad. Y confiamos en que lo harán. A pesar de los emigrados geográficos y los emigrados mentales que aun andan por ahí, la masa grande y limpia de jóvenes científicos competentes, comprometidos con Cuba y motivados por su proyecto socialista, está presente, reclamando su puesto en la batalla. Y no son pocos.
En la trayectoria histórica de la Nación Cubana la ciencia nunca fue un lujo: Fue un combatiente. Eso nos dijo José Martí desde el siglo XIX y para el siglo XXI: “La razón, si quiere guiar, tiene que entrar en la caballería”.
Hace unos meses, al intervenir en el 25 Aniversario del CIM, le hablé a los jóvenes sobre cinco verdades esenciales, y que creo pertinente repetir aquí hoy.
Son estas:
- PODEMOS. La experiencia de estos años nos enseñó que podemos hacer cosas más grandes que las que nosotros mismos nos imaginamos. Nadie de nosotros en el CIM hubiese imaginado en aquel año 1994, en el fondo del período especial, cuando apenas habíamos producido los primeros miligramos de anticuerpos, en frascos de cultivo de algunos mililitros, y habíamos hecho ventas en el exterior por apenas $ 100 000 usd, que estaríamos hoy hablando de exportaciones acumuladas de más de 1000 millones, a decenas de países, de fábricas en varios países, de producciones de cientos de millones de bulbos, de más de 100 000 pacientes cubanos que han utilizado nuestros productos.
Esta idea pudiera generar satisfacción (y eso pudiera quizás sea justo), pero mejor es que nos estimule a hacernos la pregunta: ¿Qué más podemos hacer que ni siquiera nos imaginamos hoy? Las metas que los jóvenes se planteen a si mismos tienen que ser altas, muy altas, colosales, y no le tengamos miedo a eso.
- Lograr grandes metas requiere CONSAGRACIÓN al trabajo y al estudio. Consagración real, de muchas horas, muchos días. La consagración no ha sido nunca una meta, ni una imposición administrativa: ha sido una expresión de ÉTICA, derivada de la capacidad de asumir deberes, y del ejemplo de los dirigentes. No se impone, pero cuando surge esa ética de manera espontánea, significa muchas cosas. Hay que hacer de nuestras tareas, no un medio de vida, sino un sentido de la vida.
- Hay que hacer CIENCIA REAL, competitiva, con resultados de originalidad mundial. No hay sustituto para eso. No existe aquí la “media-ciencia”, ni la originalidad “en nuestras condiciones”. Necesitamos una industria innovadora y competitiva a escala mundial, a donde hay que llegar con resultados de nivel mundial. Es difícil, pero se puede hacer.
- Hacer buena ciencia es solamente LA MITAD DEL CAMINO. La otra mitad está en conectar la ciencia, con la producción, con el desarrollo del sistema de salud cubano, con las exportaciones, con la educación. Por eso, a pesar del origen científico-académico de muchos de nosotros, en el CIM no nos gusta mucho que nos llamen “un centro científico”. Somos una operación industrial de alta tecnología, basada en la ciencia. Eso es otra cosa.
Conectar la ciencia con la economía significa, ante todo, conectarla con la Empresa Estatal Socialista. Ella es la expresión concreta de la propiedad social sobre los medios de producción y de la distribución en función del trabajo. Es la que garantiza la justicia social.
Es por eso que hay para Cuba un nexo indisoluble entre desarrollo científico y desarrollo de la empresa estatal socialista.
Tendremos que encontrar la manera de implementar la gestión descentralizada y creadora que demandan las fuerzas productivas del siglo XXI, manteniéndonos al mismo tiempo firmes en la defensa de la propiedad social y de la distribución equitativa de los resultados del trabajo. Serán la Ciencia y la Cultura lo que nos permitirá lograr esto.
- Y por último, para que después en la vida real lo pongamos de primero en la lista: SOMOS PARTE DE LA REVOLUCIÓN. Trabajamos para hacer emerger la maravilla de la creatividad científica, eso es cierto y es bueno, pero trabajamos también para hacerlo desde Cuba, para defender el derecho de Cuba soberana a insertarse en el mundo y en la economía tecnológica del futuro; y trabajamos también para hacerlo desde el socialismo, con laboratorios y fábricas que son, como dice la canción de Silvio, “edificios sin dueño”, o mejor, con 11 millones de dueños. Quien se olvide de eso no entenderá jamás como llegamos los cubanos hasta aquí, y menos entenderá lo que tenemos que hacer en los próximos años.
En lo que atañe a nosotros, los que ya acumulamos algunos kilómetros recorridos en ese camino, con la mochila cargada de experiencias creadoras que refuerzan las certezas y validan los propósitos, y también cargada de errores que nos hacen reflexionar y seguir aprendiendo, la palabra de orden es “HAY QUE CONTINUAR”, trasmitir lo aprendido, apoyar la labor de los jóvenes, y pedirles con humildad un puesto junto a ellos en la trinchera.
Como ven, este acto me ha hecho pensar un poco sobre lo hecho, pero pensar mucho sobre lo que hay que hacer de ahora en adelante.
Más allá de las fronteras de Cuba, nuestra herencia cultural enraizada en el individualismo occidental y surgida del Renacimiento y del “Siglo de las Luces”, contiene ciertamente un valioso humanismo del que somos herederos, pero también contiene en su extrapolación, la creencia de que el progreso es una suma de logros individuales, que merecen reconocimientos también individuales.
Pero eso es una extrapolación equivocada: el progreso humano, incluido el progreso científico, es una construcción social, una obra de muchos, aunque se exprese aparentemente en el trabajo de una persona.
En las historias y en las ideas que les he contado aquí, hay la labor y el pensamiento de cientos de compañeros. Algunos de ellos están aquí hoy, y sé que ellos se saben parte de todo esto.
Muy frecuentemente los cubanos, cuando tenemos una idea o un sentimiento, y no encontramos las palabras para expresarlos, acudimos de nuevo a José Martí para buscar esa expresión y siempre la encontramos.
Esta vez, encontré esta en una carta de Martí de 1877 en que agradecía una distinción y decía: “Si de algo serví antes de ahora, ya no me acuerdo; lo que quiero es servir más”.
Entonces, les agradezco ahora con palabras por este título, pero sé que el agradecimiento que vale es el que pueda expresarles con más trabajo a partir de mañana.
Compañera Rectora… deme tareas.
Muchas gracias.