Agano, el soldado nº 37 del Che Guevara en el Congo

“Quisiera dejar aquí los nombres de aquellos compañeros en los cuales sentí siempre que me podía apoyar…” “Espero que, si algún día Fidel les plantea otra misión de esta índole, algunos sabrán responder presente.” Che

Hoy tiene 80 años cumplidos, y su origen se remonta a un sitio rural llamado La Fama del municipio de San Luís, en Santiago de Cuba. Ahora vive en un modesto apartamento junto a su esposa. Me mira y sonríe como si sus ojos y dientes fueran estrellas en su rostro. Y ante el reclamo de las preguntas lanzadas al aire para despertar recuerdos, narra con bastante precisión y detalles los hitos de una historia personal que forma parte de una historia mayor perteneciente a la lucha de liberación de los pueblos de África y, en especial, del Congo. Fue uno de los combatientes de la guerrilla del Che en apoyo al movimiento revolucionario congolés.

Al triunfo de la revolución, el joven campesino, nacido el 22 de julio de 1938, se integró a las milicias nacionales revolucionarias y luego se inició la preparación física y militar en condiciones de muchas exigencias. Pronto quedó incorporado a las filas del Ejército Rebelde que se reorganizaba en aquellos primeros años de Revolución.

Fue así que se brindó voluntariamente junto a otros cuatro compañeros de la División 50 a la que pertenecía para cumplir una misión cuyo destino desconocía entonces. Pronto fue trasladado para una preparación militar intensiva en un paraje montañoso de la provincia de Pinar del Río, la más occidental del país. Allí constataron lo que alguien expresara en son de broma, pues nunca habían visto a tantos negros juntos.

Recuerda que Fidel les visitó en tres ocasiones, y la última fue para pedirles discreción y darles la autorización para visitar a sus familiares, residentes en todos los puntos de la geografía de Cuba. Más tarde, después de aquellas 72 horas para la despedida familiar, regresaron a La Habana para la despedida final. Como fue costumbre, Fidel les despidió en la misma casa donde se alojaban los 8 hombres, en su mayoría orientales, que integraban su grupo.

Luego ocurriría el traslado hacia el aeropuerto de La Habana y finalmente el viaje de largo tránsito hacia Moscú, después a Praga, al Cairo, Nairobi y Dar-es-Salam. En su relato intercala una mención al impresionante Kilimanjaro.

Finalmente llegan a Kigoma y pasan el lago de noche hacia el territorio del Congo, desembarcan y ascienden la empinada loma donde se ubica el campamento central y allí el Che les recibe con palabras emotivas. Les habló de la magnitud de la misión encomendada, que sería difícil y podría durar años.

En ese territorio desarrollaron las acciones diversas de la guerrilla. Labores para la subsistencia, preparación defensiva, instrucciones a las tropas angoleñas, cuidados de las dolencias físicas y de las cuitas sentimentales y los desesperos nostálgicos, incidentes y accidentes de guerra, etc. En fin, de adaptación a un medio geográfico y humano en tierra extranjera, pero compartida y asumida como hermana por un ideal y una solidaridad sin fronteras.

En Agano es dominante el recuerdo de un incidente en que se desencadenó un incendio en una choza a causa de una fosforera de su propiedad. Fue de tal magnitud el hecho, que Che le sancionó severamente. Un poco más tarde, analizando tal vez las circunstancias del hecho, Che le regaló una fosforera nueva para resarcirlo de la perdida.

Y el tiempo pasó con todos los incidentes, acontecimientos, contradicciones, desafíos, desalientos, pesares y arrojos propios de la vida guerrillera. Las circunstancias de la política internacional africana, determinaron poner fin a la misión internacionalista encabezada por el Che, que se estableciera en el Congo desde el 24 de abril hasta la madrugada del domingo 21 de noviembre de 1965.

En el viaje de retorno por el lago, el grupo de internacionalistas ocuparon sus puestos en dos embarcaciones. En una de ellas es posible distinguir a Agano en una foto, de pie en medio del grupo,  en aquel momento en que se mezclaban alegrías y tristezas. Es en aquellas circunstancias que, a las 7.00 del domingo 21 de noviembre de 1965 y cerca de la orilla de Kigoma, Che les dirige unas palabras en que señala que tendrá que separarse de ellos, y les expresa entre otras cosas:

“Esta lucha que hemos librado ha sido de gran experiencia. Espero que si algún día Fidel les plantea otra misión de esta índole, algunos sabrán responder presente. Solamente se es revolucionario cuando se está dispuesto a dejar todas las comodidades para ir a otro país a luchar. Quizás nos veamos en Cuba o en otra parte del mundo.”

En su cuaderno de notas sobre su experiencia del Congo, Che hizo un resumen de sus apreciaciones sobre los integrantes de su tropa. En esas líneas expresó:

“Quisiera dejar aquí los nombres de aquellos compañeros en los cuales sentí siempre que me podía apoyar, por sus condiciones personales, su fe en la revolución y la decisión de cumplir con su deber pasara lo que pasara… Hubo seguramente más compañeros de esa categoría pero no tuve un trato íntimo con ellos y no puedo certificarlo. Es una lista incompleta, personal, muy influida por factores subjetivos, que me perdonen los que no estén en ella y piensen que eran de la misma categoría.”

Estos son los 11 nombres que encabezan la lista: Moja, Mbiti, Pombo, Azi, Mafin, Tumaini, Ishirini, Tiza, Alau, Aziri, Agano

Agano no volvió a encontrarse con el Che. Meses después de su regreso a Cuba se encontraba superándose como interno en una escuela militar. Llegaron unos compañeros solicitando, por sus nombres, a dos compañeros presentes en el aula, que habían acompañado a Che en el Congo. Después de un corto periodo, y con las instrucciones pertinentes, fueron trasladados junto a otros a un barco que finalmente zarpó hacia un largo viaje de 52 días hasta un país de África, y de allí, continuaron el periplo marítimo, hasta el lugar de destino definitivo para cumplir una misión de colaboración que duró año y medio: Zanzíbar o Costa de los Negros. Este es un archipiélago, de una superficie de 2650 km2, situado en el océano Índico y a una distancia de 25 kilómetros frente a la costa oriental de Tanzania, de la cual es una región semiautónoma.  La distancia entre La Habana y Zanzíbar es de 13 514 kilómetros.  

Hasta este sitio remoto de la geografía africana llegó un día la noticia de la muerte de Che en Bolivia el 9 de octubre de 1967. Así llegó entonces el dolor a Arquímedes Martínez Sauquet, el soldado No. 37, por la pérdida de quien había sido su jefe en el Congo y le había bautizado con el vocablo suajili de Agano, que significa Pacto en español, para integrarlo a la tropa. En aquel instante recordó una vez más las palabras de Che aquel 21 de noviembre de 1965 mientras se acercaban a las orillas de Kigoma. “Espero que, si algún día Fidel les plantea otra misión de esta índole, algunos sabrán responder presente.” Y pensó que había cumplido con la exhortación de Che Guevara.

Fue justo en este momento que, ante la inminencia de la lluvia que pronto sería un aluvión, concluimos la conversación sabatina, mientras Arquímedes abría la puerta, y yo le veía grande en su exterior con sus 96 kilogramos de peso, los 180 centímetros de talla, su pelo cano y sus 80 años, pero también le veía y sentía mucho más grande –inmenso- en su interior. Y es que los hombres pueden crecerse en las horas de las definiciones y las pruebas que surgen en forma natural durante determinados acontecimientos históricos. Y en los que tanto los personajes célebres como los personajes comunes coinciden, se funden, son protagonistas, y forman una argamasa popular trascendente, y todos quedan ungidos por el halo de grandeza que les confirió la vida, las experiencias y los ideales compartidos.

Colaboración del profesor Dr.C Wilkie Delgado Correa

 

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