Medios de refrigeración para las vacunas contra la COVID-19 en el punto de mira

En este momento se encuentran en ensayos clínicos unos 52 candidatos vacunales contra la COVID-19. En las últimas semanas, se reveló que dos vacunas contra el coronavirus, una de Pfizer-BioNTech y otra de Moderna, han mostrado una eficacia superior al 90%.

Si las autoridades regulatorias las aprueban, hacer que las vacunas lleguen a miles de millones de personas será una tarea abrumadora.

Por ejemplo, la vacuna de Pfizer requiere, para un almacenamiento prolongado, una temperatura de -70°C, mientras que la de Moderna debe mantenerse a -20°C. Ambas pueden durar períodos más cortos en un refrigerador normal, donde las temperaturas oscilan entre 2°C y 8°C.)

En cualquiera de estos escenarios, la vacunación a escala global requerirá una enorme expansión en la capacidad de la cadena de refrigeración, o cadena de frío, como se le llama al sistema de infraestructuras que permiten que un producto se mueva desde su sitio de producción hasta su destino final mientras permanece adecuadamente refrigerado.

Ligia Noronha, directora de la División de Economía del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), expresó que la vacunación contra la COVID-19 será un punto de inflexión que determinará cómo se manejan las cadenas de frío a escala mundial durante las próximas dos décadas.

En muchos países en desarrollo, las tecnologías son escasas y los expertos creen que la demanda de una vacuna de COVID-19 podría finalmente impulsar inversiones que habían estado desatendidas durante mucho tiempo. Pero igualmente advierten en contra de las soluciones rápidas pero contaminantes.

Toby Peters, profesor de economía del frío en la Universidad de Birmingham, Reino Unido, considera que hay tres escenarios posibles, uno es que resolvamos el problema, pero de una manera económica y ambientalmente ineficiente. Otra, es hacerlo de una manera un poco más ecológica. Y otra, finalmente, es hacerlo de una manera que sea realmente duradera.

A nivel global, el lanzamiento de una vacuna contra el coronavirus necesita mucho más que simplemente expandir la actual cadena de frío. Los programas de vacunación infantil, por ejemplo, suelen llegar a unos 115 millones de lactantes al año en todo el mundo. En contraste, se estima que la vacuna de la COVID-19 debe llegar a 5 500 millones de personas para lograr una "inmunidad colectiva" mundial eficaz. Y, además, se requiere la aplicación de dos dosis por persona.

Bajo un enfoque tradicional, se consideraría el uso masivo de generadores de diésel contaminantes para alimentar refrigeradores en lugares donde el suministro de electricidad es frágil o inexistente. Esto podría traducirse en el uso de refrigerantes dañinos para el clima, como los hidrofluorocarbonos, que pueden tener un potencial de calentamiento global cientos o incluso miles de veces mayor que el dióxido de carbono.

Esta es la razón por la que muchos instan a los países a considerar el impacto ambiental de sus programas de vacunación y optar por soluciones sostenibles y duraderas.

Según Brian Holuj, oficial de gestión de programas de la Iniciativa Unidos por la Eficiencia (U4E) del PNUMA, si las prácticas adecuadas son integradas ahora, existe la posibilidad de lograr soluciones a largo plazo.

Eso significa: mejores refrigerantes, eficiencia superior, menos dependencia de generadores de diésel, y mano de obra capacitada y equipada para optimizar el sistema y dar servicio a sus componentes.

Ya se avanza en este sentido, y dado que se invertirán miles de millones de dólares en el almacenamiento y manejo de las vacunas contra la COVID-19, los expertos están explorando cómo hacer esto de forma sostenible.

Se plantea que, dada la magnitud de los requisitos de la cadena de frío para una vacuna, puede ser más productivo reutilizar los sistemas de distribución de alimentos actuales, en lugar de ampliar las redes médicas.

Y por otra parte, si se establecen cadenas de frío que luego se puedan utilizar para fines agrícolas, el impacto heredado y el beneficio sería mucho mayor para los países en general.

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El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (ONU Medio Ambiente) fue instituido por recomendación de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Humano celebrada en Estocolmo, Suecia, el 15 de diciembre de 1972 y es la autoridad ambiental líder en el mundo, encargada de establecer la agenda ambiental a nivel global, promover la implementación coherente de la dimensión ambiental del desarrollo sostenible y actuar como un defensor autorizado del medio ambiente. Con sede en Nairobi, Kenia, es el primer organismo del sistema de la ONU que ha establecido su sede en un país en desarrollo.

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