Al Comandante Dr. René Cirilo Vallejo Ortiz, en el 50 aniversario de su fallecimiento

Por: Profesora Consultante María del Carmen Amaro Cano. Vice-Presidenta de la Sociedad Cubana de Historia de la Medicina

El Dr. René Vallejo Ortiz había nacido en Manzanillo, el 29 de marzo de 1920. Cursó la primaria en su ciudad natal y el bachillerato en Santiago de Cuba y Manzanillo. Al interrumpirse el curso por motivo de las huelgas estudiantiles, sus padres lo enviaron a Estados Unidos, de donde regresó cuando murió la madre.

En 1938 matricula medicina en la Universidad de La Habana y se gradúa el 3 de mayo de 1945, siendo seleccionado para integrar el grupo del organismo de la Organización de Naciones Unidas (ONU) para la rehabilitación de víctimas de la II Guerra Mundial, por lo que fue enviado a Francia, país donde radicaba la sede. De allí fue destinado a Alemania, donde permaneció por alrededor de un año.

En 1947 regresó a Francia y pasó un tiempo en París. De nuevo lo enviaron a Alemania. Durante una breve estancia en Berlín conoció al doctor Sauerbruch, famoso cirujano especializado en cirugía pulmonar. Más tarde fue trasladado para Wildflecken, donde organizó un hospital para personas procedentes de campos nazis de concentración. Practicó la cirugía, la ginecología, la medicina interna y además atendía a los enfermos con problemas de desnutrición. También organizó un hospital para tuberculosos.

Contrajo matrimonio con María Witowska, de cuyo matrimonio nacieron René Vladimir (hoy médico) y Carmen Alexandra.

Posteriormente visitó los mejores centros médicos de Londres, el Massachusetts General Hospital y la Clínica de los Hermanos Mayo, en Estados Unidos. Su contacto permanente con médicos eminentes y sus visitas a esos centros hicieron de él un brillante cirujano, especializado en cirugía pulmonar.

En 1948, rechazando magníficas proposiciones para trabajar en Estados Unidos, regresa a Cuba, prefiriendo ejercer su carrera en su Manzanillo natal, donde ocupa la dirección del hospital Caymari. En ese centro realiza una efectiva labor de atención al pueblo, saneamiento administrativo y mejoramiento de los servicios médicos, lo que chocaba con los intereses de los políticos de la época, por lo que, fue separado del cargo.

Decidido a llevar adelante sus proyecciones funda entonces, en la propia ciudad, la clínica La Caridad, junto con la doctora Francisca Rivero -madre del luego médico y comandante Piti Fajardo- y otros especialistas. Allí se atendía a pensionados que podían pagar y a los pacientes pobres de forma gratuita, medicamentos incluidos.

En los meses anteriores al desembarco del Granma, comenzó en Manzanillo la integración de los primeros núcleos del M-26-Julio y el doctor Vallejo se unió a los grupos revolucionarios que actuaban en la clandestinidad. La Clínica se convierte en importante foco conspirativo y base de apoyo al movimiento insurreccional, donde son atendidos varios heridos provenientes del teatro de la lucha armada. Detectadas esas actividades por los esbirros de la tiranía, La Caridad es asaltada y saqueada. Detenido y puesto en libertad por la presión del pueblo, la dirección del M-26-Julio le ordenó a Vallejo que marchara a la Sierra Maestra. Llegó a territorio libre de Cuba el 27 de marzo de 1958.

Incorporado al Ejército Rebelde, prestó servicios médicos junto a las tropas en operaciones e intervino en diversos combates. Uno de sus grandes méritos, como médico rebelde, fue crear las bases de lo que posteriormente se convertiría en la obra revolucionaria de la medicina rural.

Después del triunfo, ya con los grados de comandante, René Vallejo fue jefe de la Reforma Agraria en Manzanillo, delegado provincial del INRA en Camagüey primero y luego en Oriente, donde permaneció hasta 1961.

Desde 1961 pasó a prestar servicios junto al Comandante en Jefe, sin abandonar su profesión de médico. En 1963 fundó el Instituto Nacional de Cirugía y Anestesiología (INCA), que dirigió hasta su disolución.

La autora recuerda con agradecimiento su ejemplo de profesional exigente consigo mismo y con sus subordinados y compañeros de labor, en aras de garantizar la mejor calidad de la atención a los pacientes, sin lesionar el debido respeto a la dignidad de todas las personas con quienes interactuaba, evidenciado en el trato educado, respetuoso y afable.

Sus vecinos admirábamos su sencillez y austeridad. Siendo Comandante del Ejército Rebelde y médico personal del líder de la Revolución vivía en un sencillo apartamento de un edificio multifamiliar en El Vedado. Todos le recordamos también por su solidaridad con cualquier persona necesitada, expresión de su sensibilidad ante el dolor ajeno.

Víctima de un accidente cerebrovascular, que le mantuvo en gravísimo estado por espacio de varias semanas, falleció en la noche del 13 de agosto de 1969, el mismo día del cumpleaños de su jefe quien, al día siguiente, en sus palabras de despedida del duelo diría:

“Aunque este desenlace se esperaba durante muchos días, sin embargo, a todos nos ha dejado sumidos en profunda pena.

“Hombre desprendido, no vaciló en abandonar todo, no vaciló en abandonar bienes y comodidades para incorporarse a las filas revolucionarias y marchar como médico y como combatiente a la Sierra Maestra. Hombre generoso, no tenía nada de sí mismo y siempre se le encontró presto a ayudar a los demás, a sacrificarse por los demás. Hombre servicial, son incontables las personas que en un momento u otro lo necesitaron y siempre solícito les prestó ayuda. Se desvivía por atender a todo el mundo, por servir a todo el mundo. Hombre esencialmente bondadoso, hombre afectuoso y hombre leal.

“Como médico civil y como médico guerrillero y revolucionario, salvó incontables vidas; ayudó a recuperar la salud a incontables personas.

“El instante de venir a dar sepultura a un compañero, a un amigo siempre es amargo. Nadie puede acostumbrarse a ello. La muerte del compañero siempre es amarga y dolorosa. Pero frente a la muerte, a los revolucionarios nos queda el deber. Para los que mueren llega la hora del descanso definitivo; para los que viven queda el deber, queda el trabajo. Y en el trabajo, en el deber, encontraremos siempre la única y legítima compensación al dolor, para concluir lo que ellos no vieron concluir, para llevar adelante lo que ellos no pudieron terminar”.

Fuentes documentales:

  • -Ecured. Martes, 7 de agosto, 2018.
  • -Nydia Sarabia, Médicos de la Revolución, Apuntes biográficos, Editorial Gente Nueva, La Habana, 1983, pp. 91-103.
  • -Testimonios de la autora, quien era su vecina en la cuadra donde residían y laboró a sus órdenes en el INCA, en 1964.

Edición: MSc. Dra. Patricia Alonso Galbán

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