Natural de la ciudad de Matanzas, Cuba. Médico, especialista en radiología, fundador en su provincia de la especialidad de Radiología Pediátrica.
Cursó los estudios primarios en el colegio “ La Luz ” de la ciudad que lo vio nacer. Se gradúa de bachiller en Ciencias y Letras en 1934, y ese mismo año matricula en la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana. Siempre honró, reconoció y resaltó las virtudes de sus maestros. Sintió especial admiración por profesores como Russinyol, Arturo Echemendía y Manuel Labra entre otros, y ya en la Universidad por el Profesor Ángel Arturo Aballí.
Fue militante del Socorro Rojo Internacional y Secretario de Organización de la célula a la que estaba incorporado.
Recién graduado de Medicina, en el año 1942, comenzó a trabajar como médico honorario en el Hospital de Homicultura de Matanzas. Después, como médico general en el pueblo de San Nicolás de Bari, provincia Habana, en 1943. Posteriormente desempeñó la plaza de médico del Dispensario, en la ciudad de Matanzas, del Patronato para la profilaxis de la Sífilis, Lepra y enfermedades cutáneas.
En noviembre de 1945 había sido designado Médico Radiólogo de la clínica privada “Centro Médico” de Matanzas, que después pasó a Mutualismo Integrado y actualmente es el Hospital Pediátrico Universitario “Eliseo Noel Caamaño”. En diciembre de 1961 se decide la intervención del centro, se integran a un nuevo organismo todas las clínicas privadas de la ciudad; es entonces designado director del mutualismo integrado, nombre que en definitiva recibió la nueva organización.
Fue radiólogo honorario del Hospital Militar de Matanzas desde su fundación hasta 1972.
Trabajó a partir de 1945 en su consulta privada de Radiología, hasta que entregó la misma después de 1959 . En esos años tuvo que competir con un afamado radiólogo matancero, el Dr. Mario Dihigo, con quien mantuvo una estrecha amistad. Dihigo, ya retirado, iba a dar fe de vida semanalmente a su amigo al Departamento de Radiología del Hospital Pediátrico; el Dr. García lo visitaba, también con frecuencia, en su casa.
Es, en Matanzas, uno de los fundadores y más notorios especialistas en el mundo de los rayos X, padre además de la radiología pediátrica. Marcó con su pensamiento y acción todos los lugares por donde pasó. Su visión del mundo, su doctrina y vocación pedagógica lo llevaron a servir y a luchar por el bienestar del hombre y sus bienes más queridos, los niños.
Con conocimientos enciclopédicos de radiología y enfermedades de niños y adolescentes y una maestría exquisita en el arte de la medicina, fue el encargado de crear un departamento de Radiología Pediátrica, totalmente independiente y sin el lastre del pensamiento de la radiología general. Su trabajo hizo reconocer ese departamento, incluso, más allá de la provincia. Sembró de esa manera en nosotros la pasión por la radiología pediátrica; semilla que marca nuestro quehacer diario en beneficio de los niños.
Demostró curiosidad, tenacidad y vocación ante el estudio científico y una marcada inquietud por la literatura y las artes. Mantuvo una estrecha amistad con el Cuentero Mayor (Onelio Jorge Cardoso).
Fue creador de las tertulias “Ciencia en la UNEAC”. Rubén Vázquez llevó sus cuentos, para que el profesor García les diera el visto bueno. Notablemente hábil con la palabra oral y escrita y una semántica exquisita, sus artículos son buenos ejemplos de lenguaje y redacción.
Su labor intelectual está avalada por la participación en numerosos cursos, talleres, seminarios, jornadas científicas y congresos, tanto nacionales como internacionales, y un copioso número de publicaciones, con su “Radiología Convencional en Pediatría”, cual la “Adoración de los Magos” de Leonardo, la que tenemos el compromiso de culminar.
Tampoco le faltó el tiempo para dedicarse a temas históricos y por su sobresaliente trabajo como historiador la sociedad de Historia de la Medicina en Matanzas lo declara su Presidente de Honor, mientras que el Museo y el Archivo Provincial lo reconocen como colaborador.
Vivió cada hora de su vida y la mayor parte de ella la dedicó al estudio, a enseñar y a la especialidad, a la que ofreció todo cuanto se puede dar. Ello era su vida misma. Fue fundador de la docencia médica superior en la provincia y de la Universidad de Matanzas en el área de las Ciencias Médicas. Su arte y estilo propio le permitió llevar a todos sus alumnos a un conocimiento integral; en su proyección pedagógica, supo formarlos para la vida, con un compromiso social constante.
Muchos de los actuales profesores de diversas especialidades y un grupo mucho mayor de médicos y especialistas fueron sus alumnos en pregrado. Todos los radiólogos formados en la provincia desde los años 70 y un número mayor de pediatras han sido sus alumnos, aunque residentes y especialistas de muchas otras especialidades recibieron sus enseñanzas.
Como manantial inagotable de amistad, principios y conocimientos, la enseñanza no terminaba con la graduación y mucho más que Medicina y Radiología enseñaba. Su vasta sabiduría le permitía disertar en cualquier momento sobre prácticamente cualquier tema. Inspirando fe y cariño a la tarea de formación, mostrando un juicio amplio, una acción cordial y exhibiendo con sencillez una mente para ver de lejos, pronto adquirió la categoría, a nuestro modo de ver, la más importante, por el afecto que en sí misma encierra, de “El Profe”.
Sus alumnos y amigos lo caracterizan en presente. Fuerte y tierno a un mismo tiempo; sus críticas nunca ocasionaron dolor, sus consejos siempre fueron buscados y los secretos, incluso los más íntimos, se revelaron con facilidad ante tal personalidad. Su local de trabajo era lugar acogedor donde podía tratarse cualquier asunto o problema.
Pero no sólo nosotros reconoceríamos sus excepcionales cualidades como formador. El Rector de la Universidad de Matanzas le confiere la Medalla “XX Aniversario” en reconocimiento a su labor en el desarrollo de la Educación Superior (mayo 9, 1992); el Ministerio de Educación de la República de Cuba le otorga la medalla por la “Educación Cubana” (noviembre 3, 1992); la Facultad de Ciencias Médicas de Matanzas le otorga la distinción “Mario E. Dihígo Llanos”, por su destacada contribución al desarrollo de la extensión universitaria en esta institución (abril 4, 1996); luego, en noviembre de 1997, el Ministerio de Educación Superior le concede la condición docente especial de Profesor Consultante.
Trabajador incansable, mostró siempre el ejemplo personal como la principal forma de enseñar. Su trayectoria se convirtió así en ejemplo de superación constante y modelo de vida personal, avalados por múltiples y reiterados reconocimientos a su quehacer, que van desde la condición casi constante de destacado o de avanzada en el centro, hasta la de Vanguardia Nacional, invitado a actos centrales por el Día Internacional de los Trabajadores y relacionadas con su labor científica y asistencial. Le fueron conferidas también las medallas “Manuel Fajardo” y “28 de Septiembre”, ambas en las sedes nacionales de los organismos que las otorgan.
Si prescindimos de cualquier adjetivo, que además no nos hubiera agradecido, podemos intentar resumir que fue ante todo y más que todo: un Maestro, y por mucho tiempo no tuvimos mayor riqueza que la de tener su sensatez y su afecto a nuestro lado.
Creó valores y marcó la Medicina en Matanzas con su personalidad y cubanía. Fiel hijo de ésta decidió mantenerse entre nosotros… y siempre, abrazado por el San Juan y el Yumurí.
La sociedad matancera se enorgullece de un hijo así y le ofrece muestras de admiración y respeto otorgándole las condiciones de: “Hijo Destacado” (1982), la Medalla por el Tricentenario de la Ciudad (octubre 1996, precisamente en los actos por el tricentenario de Matanzas) e Hijo Ilustre (primera ocasión entregada post mórtem, febrero 2005, en el marco del “Imágenes entre Puentes” de ese año).
Se preparaba para otra jornada en el hospital cuando la muerte le sorprende a los 86 años. Salvando obstáculos con buen ánimo y más voluntad, luchando día a día contra las limitaciones que el tiempo y las enfermedades le imponían: operado de cáncer de colon; luego en vejiga y próstata, diagnosticados por él mismo; además de diabetes y cardiopatía isquémica (la que en definitiva le priva de la vida) se mantuvo trabajando hasta el último día. Cuando su andar no fue el mismo, se apoyó en un bastón, pero siguió subiendo a Simpson en las mañanas; hasta que fue aconsejable que familiares o amigos lo acompañaran, hecho que se convirtió, por demás, en breve, pero exquisito recorrido por parte de la ciudad; sin rendirse.
Frutos de la hermosura del hogar que constituyó, cobijado por el amor, lo sobreviven su Sarah, quien refuerza el axioma “detrás de cada gran hombre hay una gran mujer”; dos hijos, cinco nietos y tres biznietos.
El profesor García Suárez perteneció a la desconcertante estirpe de médicos que aparecen de cuando en cuando, pero, no es por su trabajo como médico por lo que exclusivamente “Manolo” debe ser recordado, es también la trascendencia de su obra y el relieve extraordinario de su figura humana, de capacidad increíble, lo que le ha ganado un lugar en nuestra historia. Es un paradigma, que la comunidad científica e histórica de Matanzas tiene el deber de imitar.
Fuente: Profesor Manuel García Suárez. In Memoriam. Ferreira Moreno V, Montes de Oca Rodríguez E y Hernández Rodríguez N. Rev. Med. Electr. 2007;29(2).
Disponible en: http://www.revmatanzas.sld.cu/revista%20medica/ano%202007/vol2%202007/tema18.htm