Entonces recordó que este martes 27 ya habían terminado la labor en la zona y se sintió tranquilo. No les quedaba ni un solo niño por vacunar contra la poliomielitis.
La prensa cubana y extranjera de este mes ha anunciado detalles sobre la 61 Campaña Nacional de Vacunación Antipoliomielítica oral que se desarrolla en Cuba. Se destaca el hecho histórico que este país fue el primero en las Américas que eliminó esta enfermedad con la campaña llevada a cabo en 1962. También se señalan registros epidemiológicos sobre la enfermedad en Cuba desde el siglo XIX, incluyendo las cinco grandes epidemias. Así que existen muchas cosas que se pueden recordar y contar sobre las inmunizaciones llevadas a cabo por primera vez y en los años siguientes en todo el territorio nacional.
La primera campaña de 1962 tuvo como escenarios a las ciudades y las zonas montañosas. Se aplicaron simultáneamente cinco millones de dosis de la vacuna oral Sabin (en caramelo y suspensión) en la primera campaña, que abarcó el 87.5 % de la población infantil desde 1 mes hasta 14 años de edad, lo que constituyó el 109.4 % de la cobertura planificada. A partir de ese año no se registraron muertes por poliomielitis (hubo diez casos no letales entre 1963 y 1989) y en 1994 la OMS-OPS certificó la eliminación de la poliomielitis en Cuba. Aquello pudo calificarse como una proeza en cuanto a la movilización de miles de personas para hacer realidad aquel sueño.
Por lo tanto, no resulta extraño que se encontrara anexo al informe final sobre la vacunación de la población de Baracoa, el municipio más oriental y montañoso, un relato de un equipo móvil de vacunación en una región de las Cuchillas del Toa, que hoy forma parte del Parque Alejandro de Humboldt, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
La mencionada crónica tiene fecha del 27 de marzo de 1962 y refleja este episodio de la manera siguiente:
Eran dos caminantes desde hacía seis horas. El frío de la madrugada había desaparecido pronto; primero a causa del esfuerzo que realizaban los cuerpos mientras caminaban y, luego, debido al sol, que empezó tibio, pero al poco rato, estableció una presencia molesta. Ahora sus ropas se pegaban a los cuerpos que sudaban y las piernas se sentían débiles para seguir con constancia el trillo que subía y bajaba.
-¿Qué crees de este sacrificio?,- preguntó el hombre de baja estatura.
-Que lo volveremos a repetir, – contestó su compañero, un hombre espigado, que hizo a su vez una pregunta.
-¿Te sientes cansado?
-Un poco. Hacía tiempo que no caminaba tanto… desde que subimos al Turquino, cuando hice el curso para maestro en San Lorenzo.
-Es dura la caminata, dicen.
-Esta no es nada para aquella. ¿Y tú, cómo te sientes?
-Bien. Pensando en que ya casi terminamos nuestra labor.
-Faltan dos casas, las de Guenén y Hermenegildo, – observó el hombre de baja estatura.
El hombre espigado no contestó y durante un gran rato ambos guardaron silencio.
Bajaban ahora una cuesta angosta y escalonada. El hombre espigado iba detrás y observó que su compañero caminaba en forma desenvuelta. Pensó que era una suerte ir en compañía de alguien que estaba acostumbrado a caminos semejantes.
Al principio, cuando los dejó el transporte a mitad de la cuesta irregular de la carretera en construcción porque la neblina espesa impedía la visibilidad, pensó que no tendrían que andar mucho ya que la distancia sería corta.
Envueltos en la neblina fría, veían el paisaje tocado por impresionantes tintes. Las montañas, cercanas y distantes, ya solitarias o formando grupos, surgían a través de la claridad tenue y la neblina, con sus tintes negruzcos y las formas gigantescas. En los abismos y los valles, a ambos lados de la carretera, la niebla se cuajaba y parecía un lago tranquilo y fascinante. ¡Nunca se olvidan esas imágenes que se levantan como farallones frente a la sensibilidad humana!
-Allá abajo se ve una casa,- exclamó el hombre de baja estatura, señalando con el brazo.
-No la veo,- respondió el otro.
-Deja que te acerques. Es a la derecha de aquel platanal. ¿No ves ahora el entablado de palmas?
-Sí, ya veo. Ojalá tuvieran un caballo en esa casa. Uno de los dos iría hasta la casa de Hermenegildo, y así terminaríamos pronto. Pero no tienen, parece. Nos lo dijo la muchacha taciturna que expurgaba el arroz en la otra casa.
-¡Qué linda la niña que estaba con ella!
-¡Qué rubita! Con seis años y pelaba malangas en el suelo.
-Era hermana de la otra.
Mientras tanto habían tomado un trillo lateral al camino y se hallaban en un llano cerca de la casa.
Una mujer pequeña y sencilla, de rostro consumido y descalza, los recibió en la cocina. Era de carácter agradable y conversadora.
Los dos hombres se sentaron en un banco largo de madera, y tomaron agua.
Los muchachos eran cuatro y tomaron sus nombres y edades.
El mayor gagueaba y parecía que le daba pena. Los hombres seguían aún sofocados.
-Estamos muertos de cansancio, señora. ¿Cómo es que Uds. se han metido aquí?,- dijo el hombre espigado.
-Figúrese, yo no vivía aquí antes. Yo era de cerca del pueblo. Pero un día a mi marido le inquietó la idea de hacer una finca de café aunque empleara siete años. Así lo dijo y fíjese, ya tenemos los siete años y es verdad que la finca está hecha. Ah, miren, todos aquellos sacos están llenos de café.
Los hombres se pusieron de pie y miraron hacia donde señalaba la mujer.
Una vez terminada su misión los hombres se despidieron de la mujer, seguidos de un niño con pantalones cortos y sin zapatos que la señora decidió que los guiara en el camino. A pocos pasos atravesaron un arrollo sobre piedras.
El niño avanzó delante. Tenía un andar ligero y saltarín. El hombre alto empezó a bromear con él. Que si se cansaba. Que si era lejos, que si iba a la escuela, que si no faltaba a clases.
En aquella parte el camino seguía paralelo al río. Este se encajonaba en un cauce de paredes altas y rocosas, principalmente en la orilla opuesta al camino. El niño comentó que las aguas eran muy frías. Luego llegaron a un gran salto. El agua caía estruendosamente y por eso le decían “el trueno”, según les manifestó el niño.
Después de un largo trecho, empezaron a subir. De nuevo era un trillo estrecho. Pero esta vez estaba sombreado por árboles diversos. La ascensión, no obstante, se hacía difícil. Los cuerpos se sentían agotados. Fue necesario sentarse algunas veces y coger impulso de nuevo. Así llegaron a la última casa del recorrido.
Los dos hombres entraron en conversación con el campesino, que era flaco y estirado. Tres mujeres observaban desde la cocina sin paredes. Los niños permanecían sentados en el suelo y encaramados en una escalera.
El campesino usaba un hablar franco. Habló de cuando el hambre se pegó al estómago de su familia, allá en el barrio donde vivían. Fue entonces que decidió emigrar a estos parajes lejanos, donde al menos pronto pudo resolver el hambre de la familia.
Al poco rato los hombres y el niño que los acompañaba, comieron un plato de malanga y tres trozos de carne grasa de cerdo, que una mujer frió. Los cuerpos se reanimaron y desapareció la huella invisible del camino.
Decidieron regresar a Manajú en compañía de Hermenegildo, quien explicó que este viaje de retorno no sería por el camino por el cual llegaron hasta allí. Los hombres se despidieron del niño guía y ellos siguieron al campesino que marchaba con paso apurado. Pronto dejaron la estancia cultivada y se introdujeron en el monte espeso.
El campesino se abría paso con su machete y así la marcha se hacía aprisa. Ellos sabían que al frente se encontraba el punto inicial de regreso.
El hombre espigado se dijo para sus adentros: ¿Y si nos perdemos y no salimos a nuestro punto? Habremos perdido un gran tiempo.
Entonces recordó que este martes 27 ya habían terminado la labor en la zona y se sintió tranquilo. No les quedaba ni un solo niño por vacunar contra la poliomielitis.
Autor: Wilkie Delgado Correa
Doctor en Ciencias Médicas. Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.
Junio/2022