Memorias de una pandemia

Entre 1918 y 1920 el mundo fue azotado por «la gripe española», una de las pandemias más mortales que haya conocido la civilización. En Cuba, curiosamente, el daño fue mucho menor de lo esperado.
La pandemia de la COVID-19, ha hecho meditar en muchas direcciones; nos ha hecho reparar, una vez más, en la vulnerabilidad de nuestra especie, y en la necesidad de trabajar unidos y desinteresadamente.

En aras de buscar experiencias y dejar de replicar errores, la actual pandemia ha motivado el desempolva miento de episodios similares. Tales revisiones permiten afirmar que no hay novedad en advertir cómo un virus es capaz de cambiar drásticamente el curso de la vida humana.

Una de las historias revividas en tiempos contemporáneos ha sido la de la mal llamada gripe española, pandemia de la que se recogían escasas referencias, razón por la que muchos desconocían de su existencia e impacto.

Esta gripe tuvo lugar hace ya una centuria, entre los años 1918 y 1920. Ocurría, además, al ocaso de un momento muy turbulento para la humanidad: la Primera Guerra Mundial.

La gripe de 1918

Aunque recibió denominaciones como «La pesadilla», «el Káiser», «la peor plaga de la historia», «la madre de las pandemias» y la pandemia de gripe de 1918, el apelativo de gripe española ha sido la forma en que mayormente se le presenta. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que entre el 20 y el 40 por ciento de la población mundial enfermó con esta gripe.

Comparada con los tiempos modernos, este mal brotó cuando concurrían grandes limitaciones de las ciencias y la Medicina. Se desconocía, por ejemplo, el agente causal; y los tratamientos eran muy limitados (aún no se habían descubierto los antibióticos y la primera vacuna contra la gripe se desarrollaría 40 años después); se carecía, además, de sistemas públicos de salud en el mundo.

A través de múltiples investigaciones se ha logrado determinar que el virus causante de aquella pandemia fue una influenza A del subtipo H1N1. Su origen ha estado saturado de especulaciones, aunque las últimas evidencias científico-históricas se han enfocado en Norteamérica.

Todo hace indicar que el virus emergió en el primer trimestre de 1918, en el estado de Kansas, Estados Unidos. En ese Estado se ha logrado establecer que los primeros casos aparecieron casi al unísono en dos sitios algo distantes geográficamente: un campamento militar en Fort Riley, y el pequeño condado de Haskell.

Diferentes evidencias señalan que en algún momento del verano de ese año el virus sufrió una mutación que lo tornó un agente más infeccioso y letal. Así, a finales de agosto de 1918 se reportó la gripe en Brest, un puerto francés por el que entraron tropas estadounidenses durante la Primera Guerra Mundial.

El mal se extendió rápidamente a Burdeos y a otras tropas inmersas en el conflicto bélico. Esos ejércitos sufrieron considerables bajas y ante la posibilidad de que esta sensible información les pusiera en un plano vulnerable frente a sus enemigos, se instauró una inflexible censura.

En España, que era una nación neutral en el conflicto, la pandemia recibió una mayor atención por los medios de la prensa. Este hecho influyó mucho en que la enfermedad recibiera el nombre de gripe española.

El retorno de las tropas beligerantes a sus países de origen contribuyó a la diseminación de la gripe a nivel planetario. El virus alcanzó a territorios recónditos como Oceanía y Alaska. De este último escenario norteño, baste decir que el pueblo inuit de Fairbanks prácticamente desapareció.

Gestas médicas en Cuba

La gripe española también llegó a nuestro país. Se ha logrado evidenciar cómo en octubre de 1918 el virus «desembarcó» en el puerto de La Habana a bordo del buque Alfonso XIII. En aquella nave viajaban 44 personas afectadas por el citado virus; de ellas, 26 habían muerto durante la travesía.

En octubre fallecieron en la capital 125 personas enfermas por esta afección. Casi al unísono se reportaron casos de la enfermedad en Camagüey, que llegó a ser la zona del país mayormente afectada por la pandemia, al punto de registrarse en ese lugar el mayor número de fallecidos.

Y aunque La Habana poseía todas las condiciones para ser la más golpeada, por su densidad de población y movilidad de sus habitantes, algo influyó en que eso no sucediera. La razón radicó en la profunda visión preventiva de la Escuela de higienistas cubanos, quienes dictaron las medidas de control para el país.

Este grupo de médicos estaba liderado por Juan Guiteras Gener y estaban bajo el influjo, la brillantez y competencia profesional del científico Carlos J. Finlay Barrés. Ellos establecieron en octubre de 1918 diferentes normativas para la profilaxis de la gripe, en las cuales se puede apreciar una increíble vigencia.

Sorprende cómo entre estas medidas dictadas hace un siglo se encuentran acciones tan familiares para los tiempos contemporáneos como el aislamiento de los enfermos en sus domicilios, la necesidad de llamar rápidamente al médico al presentarse los primeros síntomas, así como mantener la limpieza e higiene de los hogares.

Igualmente, usar soluciones antisépticas, prohibir visitas en las casas de pacientes afectados por la gripe y la salida de los moradores de los hogares que tenían enfermos, no frecuentar lugares cerrados o con gran aglomeración de personas y abolir la práctica de dar la mano como fórmula de cortesía, o dar besos en la cara.

La actualidad de los esfuerzos desplegados por los médicos cubanos nos enorgullece y explica cómo en aquellos instantes, con mucho menos recursos y conocimientos, se pudo controlar en la Mayor de las Antillas un mal que causó enormes estragos a nivel mundial.

Bibliografía consultada
Beldarraín Chaple E, Cabrera Alfonso B, Armenteros Vera I. La gripe de 1918 en Cuba. Rev.  Cub. Salud Pública [Internet]. 29 de junio de 2020 [citado 22 de enero de 2021]; 45: e 1556. Disponible en: https://www.scielosp.org/article/rcsp/2019.v45n4/e1556/es/

Juventud Rebelde