El origen remoto del parásito de la malaria se encuentra en los chimpancés

El parásito de la malaria, el plasmodium falciparum, que cada año se cobra un millón de vidas (la mayoría niños en países del tercer mundo) se originó en chimpancés y dio el salto a los seres humanos hace unos 2-3 millones de años en África ecuatorial, utilizando como vector al mosquito. El parásito dio el saltó desde otra especie a los humanos igual que ha ocurrido con virus como el HIV, el SARS o, más recientemente, la gripe A. Así lo indica un estudio en el que han participado investigadores de las universidades norteamericanas de Massachussets, Stanford y California, del Max Planck Institute de Alemania y de la oficina de la OMS en Costa de Marfil. Los resultados se publican hoy en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).

Para llegar a esta conclusión, se comparó el material genético del plasmodium falciparum con el de otro parásito muy extendido entre los chimpancés, el plasmodium reichenowi. Hasta ahora, se había asumido que ambos habían coexistido de forma separada durante millones de años, en nuestros antecesores humanos y en los chimpancés. Sin embargo, el análisis filogenético ha permitido establecer que los dos parásitos son, entre ellos, los parientes más cercanos. Incluso más que otros plasmodium que también enferman a los humanos. Dada su proximidad genética, los investigadores han concluido que el plasmodium falciparum proviene del plasmodium reichenowi, y que las modificaciones que dieron lugar al nuevo microorganismo se originaron en un mismo huésped, el chimpancé.

Al comparar sus genes una de las pocas pero grandes diferencias que se han observado consiste en que en la especie que afecta a los chimpancés tiene un gen desactivado, el CMAH, que actúa sobre ciertos precursores, lo que hacen que los humanos sean resistentes a su infección. Sin embargo, en el p. falciparum, muy virulento para las personas, estos precursores se encuentran sobrexpresados. Precisamente, su agresividad es lo que ha llevado a los científicos a sospechar que su origen sólo podía estar en un huésped no humano y que, posteriormente había dado el salto entre especies. Eso pudo haber ocurrido hace unos 2-3 millones de años, aunque dada la proximidad genética de ambos los investigadores no descartan que ocurriera aún más recientemente, hace 10.000 años.

Actualmente, el plasmodium falciparum afecta, sobre todo a países africanos, Asia y en parte de América Latina. En el estudio, los autores explican la expansión mundial del parásito por África hasta el mundo entero con dos hipótesis. Una de ellas, podría ser que en un momento dado, por algún motivo se redujese la diversidad genética del parásito. Otra, que los cambios ambientales que se dieron en el neolítico, con la introducción de la agricultura y la deforestación, que favorecieron la aparición de zonas con aguas estancadas, dieron como resultado un entorno ideal para alimentar al mosquito anopheles, el vector del parásito, y favorecer su evolución y dispersión. Los investigadores esperan que la comparación de los dos parásitos, el del chimpancé y el humano, permitirá validar alguna de estas hipótesis.

Fuente: El País

Olivia Farnsworth, la niña que no siente dolor, hambre o sueño

Aunque en el mundo hay más de 15.000 casos de anomalías derivadas de cromosomas, los especialistas aseguran que este es el único caso en el que se evidencian los tres síntomas en una sola persona.

Olivia Farnsworth, una niña que no siente dolor, hambre o sueño. La ausencia de estas sensaciones se debe a que a ella le falta parte del cromosoma 6.

Sus padres se dieron cuenta de este problema médico después de que Olivia tuviera un accidente cerca de casa. La niña fue atropellada y arrastrada por más de 20 metros, pero en lugar de Ilorar y lamentarse por el dolor, solo se levantó y preguntó qué era lo que había pasado.

Si bien, a Olivia no le da sueño ni hambre, necesita hacerlo para seguir viviendo, es por eso que su madre la obliga a comer y toma somníferos para poder dormir.

Fuente: Exploring Your Mind

 

 

La práctica de boxeo por personas con enfermedad de Parkinson tiene beneficios

Una nueva investigación de la Universidad Edith Cowan (ECU) llevada a cabo en colaboración con el Instituto Perron y el boxeador Rai Fazio ha demostrado que este deporte -sin oponente- podría ser una valiosa forma de mejorar la calidad de vida de las personas que padecen la enfermedad de Parkinson (EP).

Colaborando también con el Hospital Sir Charles Gairdner y la Universidad de Australia Occidental, los investigadores de la ECU hicieron que 10 personas con EP en fase inicial realizaran tres sesiones de boxeo de una hora a la semana, durante 15 semanas.

En lugar de un oponente, el grupo luchó contra una unidad de boxeo Fightmaster, un dispositivo disponible en el mercado que cuenta con 11 blancos de golpeo acolchados montados en un soporte.

El programa constaba de tres segmentos distintos: una introducción al boxeo, un componente de alta intensidad y un segmento de desafío cognitivo.

Los participantes completaron «asaltos» de entre dos y tres minutos en los que debían golpear las distintas almohadillas en diferentes secuencias, seguidos de un máximo de dos minutos de descanso. Cada actividad fue monitoreada y se respetaron los parámetros de seguridad necesarios.

Tras el programa de 15 semanas, nueve de los 10 participantes mejoraron su puntuación en la Escala Unificada de Calificación de la Enfermedad de Parkinson, una herramienta utilizada para medir la progresión y gravedad de la EP.

El grupo también reportó una reducción en la fatiga y mejoras en el sueño.

El Dr. Cruickshank dijo que el boxeo en grupo tiene el beneficio de combinar muchos aspectos de la terapia, como el ejercicio, la estimulación cognitiva y la socialización en un solo ejercicio.

«En el pasado, podría haber estado trabajando con personas con Parkinson y tendríamos ejercicios en un gimnasio, luego un programa separado de entrenamiento cognitivo computarizado, y otro evento para el aspecto social», dijo.

«Con el boxeo, podemos combinar todo eso y ofrecerlo muy rápidamente, lo que hace que todo sea más agradable y que la gente lo siga».

Una opción factible

A pesar de la alta intensidad de muchos de los entrenamientos, los participantes no informaron de ningún aumento del dolor muscular a causa del programa, ni de lesiones importantes, algo que cabría esperar en personas con EP.

Lo más importante es que todas las personas completaron el programa de 15 semanas con casi el 97% de las sesiones de entrenamiento.

«De hecho, cuando terminamos el estudio, todos decidieron comprar un Fightmaster e instalarlo en su casa», dijo el Dr. Cruickshank.

El Dr. Cruickshank dijo que esperaba que los programas de boxeo pudieran aplicarse pronto al tratamiento de la EP en un futuro no muy lejano.

«Ahora sabemos que es seguro, bien tolerado y que la gente lo disfruta», dijo.

«Una vez que hayamos establecido la eficacia terapéutica con ensayos más amplios, entonces estará listo para implantarse en la comunidad».

 

Fuente: MedicalXpress

 

Las primeras cirugías de cataratas la realizaron los egipcios

La primera documentación de cirugía de cataratas se encontró en la tumba de un cirujano egipcio. Se estima que fue pintado en 2630 a. C. La representación parece mostrar una cirugía de cataratas hecha a un obrero. También se pueden ver herramientas de bronce que podrían haberse utilizado en el procedimiento.

La técnica que utilizaban los egipcios era conocida como Técnica de la Reclinación, que consistía en introducir en el ojo una aguja y con un movimiento despegar el cristalino opacificado y se enviaba al vítreo.

Los métodos inventados en la antigüedad fueron usados durante siglos. Juan II, padre de Fernando el Católico, perdió la vista de sus dos ojos durante su reinado. Leridano Abiabar un médico judío, le realizó una operación que le devolvió la vista, primero en el ojo derecho y un mes más tarde en el ojo izquierdo. La técnica usada fue la propia Reclinación del Cristalino. Aún hoy en día esta técnica se sigue utilizando en regiones de África y Asia.

No fue hasta 1748 cuando el francés Jacques Daviel implantó la técnica extracapsular, partiendo del método tradicional, realizando una incisión en la parte inferior de la córnea para extraer el resto de cristalino comprimiendo el ojo con un vendaje.

Fuente: Vistaláser Oftalmología

 

Uno de los múltiples avances de la medicina, derivado de las investigaciones y trabajos de médicos y cirujanos, es el conocimiento de la diabetes mellitus

 

La diabetes mellitus es una enfermedad milenaria. Desde 1,500 años antes de nuestra era se conocía su lenta y penosa evolución en un individuo que perdía peso, estaba sediento todo el día, orinaba sin cesar y moría pronto. De ahí su nombre, diabetes, de la necesidad exagerada de emisión de orina o poliruria. Siglos después, en 1673 Thomas Willis añadió el nombre de mellitus (semejante a la miel) por el sabor que tenía la orina de estos enfermos.

Durante siglos no hubo avance en el manejo de esta enfermedad y a finales del siglo XIX el papel del páncreas en el proceso fue conociéndose cada vez más. El célebre doctor Claude Bernard participó en estos estudios y muchos investigadores trataron de desarrollar técnicas para extraer las sustancias del páncreas que pudieran aliviar la diabetes.

Fueron dos investigadores Frederick G. Banting y Charles Best quienes en su laboratorio de Toronto aislaron la sustancia que llamaron isletina (por proceder de los islotes de Langerhans) y en 1922 la aplicaron por primera vez a un joven diabético, Leonard Thompson. Los resultados fueron alentadores y poco después la hija del Gobernador de Nueva York, Elizabeth Huges recibió el tratamiento con un éxito rotundo. Los investigadores publicaron su trabajo, por el que recibieron el premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1923.

El estudio del funcionamiento del páncreas y de las sustancias que podrían aliviar la diabetes mellitus continuó, en 1959 apareció la metformina, en 1958 la sulfonilurea y a partir de entonces se han diseñado nuevos fármacos que permiten que el individuo con diabetes tenga un control adecuado de su enfermedad.

Fuente: SciELO

Referencia Bibliográfica: Álvarez-Cordero, R. (abril/junio, 2017). Del descubrimiento de la insulina a la cirugía metabólica de la diabetes. SciELO, 15(2).