Si Maurice Hilleman es la persona que más vidas ha salvado, ¿por qué la gente no lo conoce?

¿De qué depende la fama en ciencia? Todo el mundo sabe quiénes fueron Einstein o Curie, sin embargo, pocos identifican a Hilleman, que desarrolló más de 40 vacunas, entre ellas, la gran mayoría de las infantiles.

Su anonimato, según los expertos, puede deberse a que dedicara su carrera a la industria, pero hay otros factores en la popularidad de una figura científica, como su exposición a la prensa.

En marzo de 1963, una niña de cinco años se despertó en mitad de la noche por un dolor de garganta, fue hasta la habitación de su padre y, sin saberlo, inició el proceso que llevaría a conseguir la vacuna más rápida de la historia hasta la llegada de la covid.

El padre no tardó mucho en reconocer que la niña tenía paperas, una enfermedad muy frecuente por entonces y poco grave en general, pero que en algunos casos podía dar lugar a meningitis o sordera. Esa misma noche fue hasta el laboratorio donde trabajaba, recogió el material necesario y, de vuelta a casa, tomó muestras de la garganta de su hija con las que luego cultivaría el virus.

Tres años después, y tras lograr debilitarlo, ensayaba con él una vacuna en voluntarios más o menos forzosos como su hermana mayor, y solo uno más tarde se aprobaba su uso. Con el tiempo pasaría a formar parte de la triple vírica, con la que millones de niños y niñas se vacunan cada año. Como luego escribiría el periodista Alan Dove, “Jeryl [así se llamaba la niña] se recuperó del virus de las paperas, pero el virus nunca se recuperó de haber infectado a Jeryl”.

Hilleman participó en el desarrollo de más de 40 vacunas. Hasta nueve de las catorce que conforman los calendarios vacunales tienen que ver con él

El padre se llamaba Maurice Hilleman, y la escena de esa noche es algo más que anecdótica, es reveladora. Hilleman participó directamente en el desarrollo de más de 40 vacunas, además de la de las paperas. Hasta nueve de las catorce que conforman los calendarios vacunales tienen que ver con él.

Para el inmunólogo y ahora icónico Anthony Fauci, sus contribuciones son el secreto mejor guardado para el público lego (…). Maurice fue quizá la figura de la salud pública más influyente del siglo XX, si se tienen en cuenta los millones de vidas salvadas y el sufrimiento evitado gracias a su trabajo”.

Se calcula que sus vacunas evitan ocho millones de muertes al año, pero al revisar la hemeroteca los titulares mezclan conceptos como “la persona que más vidas ha salvado” con apelativos como “el gran desconocido”. Para Luis Ignacio Martínez Alcorta, vocal de la Asociación Española de Vacunología,

“Hilleman fue un genio, una figura única y destacada que surge ocasionalmente, y puede ser considerado el vacunólogo más prolífico de la historia de la humanidad”.

¿De qué depende la fama?

Una vida de vacunas y conflictos

“Todo lo que tocaba lo convertía en una vacuna”, decía de él Adel Mahmoud, el que fuera presidente de la División de Vacunas de la compañía Merck y donde Hilleman desplegó la mayor parte de su carrera.

Él y su equipo desarrollaron o mejoraron entre muchas otras las vacunas de la hepatitis A y B, del neumococo, la de la bacteria Haemophilus influenzae de tipo B, las de distintos tipos de meningococo, la de la varicela y la triple vírica que incluye la de la parotiditis, la rubeola y el sarampión.

Todas ellas forman parte de los calendarios vacunales infantiles, y solo la del sarampión salvó 20 millones de vidas entre los años 2000 y 2015, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Un día, seis años antes de que su hija despertara con paperas, leyó una noticia en The New York Times sobre un extraño aumento de contagios por gripe en Hong Kong. “Dios mío, es la pandemia. ¡Está aquí!”, se dice que gritó.
Las autoridades, incluida la OMS, ignoraron en aquel entonces la amenaza. Hilleman consiguió entretanto una muestra del virus y contactó y movilizó a distintos laboratorios y compañías. Lo que luego se conocería como la pandemia de gripe asiática llegó a los Estados Unidos meses después, pero para entonces estos disponían ya de 40 millones de dosis de una vacuna adaptada a la nueva variante. Se calcula que gracias a ella un millón de muertes fueron evitadas.

Las vacunas de la hepatitis A y B, la de la varicela y la triple vírica, entre muchas otras, llevan la firma de Maurice Hilleman

«Hace poco”, decía Fauci en el año 2005, “pregunté a mis estudiantes posdoctorales si sabían quién había desarrollado las vacunas contra el sarampión, las paperas, la rubeola, la hepatitis B y la varicela. No tenían ni idea. Cuando les dije que fue Maurice Hilleman, dijeron: ‘Oh, ¿te refieres a ese tipo gruñón que viene a todas las reuniones del sida?’».

El trabajo de ese tipo gruñón salva millones de vidas, pero él reconocía “haber tenido conflictos con todo el mundo”.
Si le pedían una definición de sí mismo, reconocía que la mejor la había dado un colega en Merck, que decía que “por fuera parecía un cabrón, pero que si se miraba más a fondo, por dentro, todavía se veía a un cabrón”.

Hilleman fue criado sin apenas recursos por sus tíos, en una granja de Montana. Su hermana gemela murió en el parto, y su madre lo hizo apenas dos días después. Su definición favorita de sí mismo puede traducirse también así: “Malnacido por fuera, malnacido por dentro”.

Reclutaba voluntarios forzosos para los ensayos clínicos —más allá de su propia hija— y se negó a ir a los “cursos de modales” a los que obligaba la compañía.

Obsesionado con el trabajo, que entendía como dedicación exclusiva y total, exigía lo mismo a quienes le rodeaban. Durante una época coleccionó en su despacho réplicas en miniatura de las cabezas de los trabajadores a los que despedía: las hacían sus hijas a partir de manzanas secas.

Durante una época coleccionó en su despacho réplicas en miniatura de las cabezas de los trabajadores a los que despedía: las hacían sus hijas a partir de manzanas secas.

Su primera esposa murió unos meses antes de la noche de las paperas. Para encontrar a su segunda mujer, pidió a su asistente que hiciera una preselección a su gusto de entre las que habían mandado su currículum para trabajar en la empresa. A la elegida, con la que luego estaría casado durante 42 años, la entrevistó para coordinar ensayos clínicos de parotiditis y sarampión en el Hospital Infantil de Filadelfia.

Apenas un poco antes había dicho: “¡Cristo! Encontrar mujer es una suerte tan aleatoria como el movimiento browniano. Nunca sabes si serán alcohólicas, si gastarán todo tu dinero o si tendrán enfermedades venéreas”.

Razones para el anonimato

Si se hace pensar en nombres relacionados con las vacunas quizá surjan el de Pasteur o el del iniciador Jenner. Es posible que en Estados Unidos citen a Salk y a Sabin por sus hitos contra la polio; y ahora con la covid pueden no sonar extraños apellidos como los de Sahin o Karikó, los principales promotores de la vacuna de Pfizer-BioNTech. Pero difícilmente se pensará en Maurice Hilleman. ¿Cuál es la razón?

“Demasiadas pocas personas, incluso en la comunidad científica, conocen su alcance y contribución, y a ciencia cierta desconozco por qué”, reconoce Martínez Alcorta.

Hay varias hipótesis que se han propuesto para explicarlo. Una es su conflictiva y problemática personalidad, aunque la experiencia nos diga que la bondad no parece precisamente condición necesaria para la fama. Otra tiene que ver con el hecho de que nunca reconociera maestros concretos y que, al parecer, le costara citar a otros científicos.

A pesar de su estilo irreverente, dominante, sus maneras confrontadoras y provocativas o de su autoconfianza, era un hombre humilde.

Sin embargo, para el vacunólogo José Tuells, uno de los motivos de su anonimato es paradójicamente su humildad:

“A pesar de su estilo irreverente, dominante, sus maneras confrontadoras y provocativas o de su autoconfianza, era un hombre humilde”. A favor de la teoría está que, al contrario que Salk o Sabin con la de la polio, nunca puso su nombre a ninguna vacuna. Incluso varias de ellas contienen guiños o referencias directas al trabajo de otros.

La razón favorita de Tuells y del propio Hilleman es, en cambio, el hecho de haber trabajado casi toda su vida en la industria, y no en la investigación académica.

“Si miras para atrás en la historia”, decía él mismo, “la industria es como un leproso (…). Si yo daba la cara ante la prensa, alguien podría pensar que intentaba venderles algo (…). Debía permanecer en segunda fila”.

Esa explicación no convence a Xavier Roqué, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Barcelona. “Eso mismo podría aplicarse a los responsables de la vacuna de Pfizer-BioNTech, pero en ese caso sí han llegado a ser más conocidos”, razona.

De hecho, Hilleman ha aparecido con frecuencia en los medios, aunque su figura no ha conseguido cristalizar. En su opinión, “quizás pese más un descubrimiento sensacional en un momento adecuado que un conjunto de ellos, aunque puedan tener más valor en global”. Eso podría explicar que sean más conocidos los inventores de las vacunas contra la polio. No solo les pusieron su nombre, sino que sus efectos eran muy evidentes ante una enfermedad con secuelas visibles y terribles y que llevaba años sembrando el terror.

Para Gema Revuelta, directora del Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad y del máster en Comunicación Científica, Médica y Ambiental de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona, “un científico que ha hecho una gran aportación a la ciencia o a la sociedad tiene más probabilidades de ser popular, pero esta es una de tantas variables que le pueden impulsar a la fama. Basta fijarse, sin ir más lejos, en cuántas mujeres quedaron ocultas a lo largo de la historia a pesar de sus importantes contribuciones”.

Acceso restringido al Salón de la Fama

En el año 2011, los investigadores Adrian Veres y John Bohannon crearon un proyecto llamado The Science Hall of Fame” (El salón de la fama de la ciencia). Aprovecharon que Google Books había subido ya millones de libros en su plataforma para para hacer un análisis de lo que se había dado en llamar culturómica. En esta ocasión consistía en buscar en ellos cuántas veces aparecían los nombres de miles de personas relacionadas con la ciencia.

La unidad de fama científica la llamaron miliDarwin (mD), y equivalía a la milésima parte de la ostentada por el naturalista inglés. Einstein tenía 878 mD; Marie Curie, 188. De las 100 personas más famosas, solo 11 eran mujeres. Hilleman estaba en el puesto 4504, casi al final de la lista, con apenas 0,89 mD.

Analizando los datos, comprobaron que la fama en la ciencia sigue como muchos otros fenómenos una relación en forma de ley de potencias, donde el 1 % de los científicos más famosos acumula la gran mayoría de las referencias. Como una suerte de milmillonarios capitalistas de la fama.

Dos años después, otro estudio , ya más allá de la ciencia, usó las hemerotecas de más de dos mil periódicos para concluir que, una vez superado cierto umbral, la gente realmente famosa se mantiene así durante décadas. El umbral activa el efecto Mateo (“al que tiene, se le dará”), perpetuando las referencias.

La fama en la ciencia sigue como muchos otros fenómenos una relación en forma de ley de potencias, donde el 1 % de los científicos más famosos acumula la gran mayoría de las referencias.

Como dijo Eran Shor, uno de los autores del artículo, “la gente que tú y yo consideraríamos famosa, incluso las Kim Kardashians de este mundo, siguen siendo famosas durante mucho tiempo. No es algo que viene y se va”.
Veres y Bohannon analizaron también superficialmente los factores que conducían a esos puestos más altos. Ni las citas en estudios científicos ni siquiera el premio Nobel parecían muy importantes.

Sí lo era la controversia o publicar un libro divulgativo de éxito. “Aún queda mucho por estudiar, pero parece que hay un relativo consenso respecto a qué circunstancias pueden estar detrás de la visibilidad o celebridad de los científicos”, explica Revuelta.

“Podrían citarse más de una docena, pero no todas necesitan estar presentes y los caminos para alcanzar la fama pueden ser distintos”. Entre ellas figuraría “la controversia, pero también el trabajar en temas calientes, una personalidad o apariencia peculiar, la credibilidad entre la comunidad científica o el conocer bien las necesidades de los periodistas y los medios”, resume Revuelta.

Roqué reconoce no identificar un patrón claro, pero apunta particularidades de los casos que más ha estudiado.
En el caso de Einstein, “además de su trabajo y de la capacidad de sugestión del lenguaje relativista, influyó mucho que apareciera en el periodo de entreguerras y que lo hiciera en paralelo al nacimiento del periodismo científico especializado</em>,para el que su figura resultó instrumental”.

La exposición a la prensa de Curie, por su parte, la hizo “consciente de que si no se construía como personaje público alguien lo haría por ella”, de ahí sus textos biográficos y los de su propia hija, que modelaron su personalidad pública y actuaron como “biografías de control”.

La popularidad de Tesla tiene para Roqué “poco que ver con lo que hizo y mucho con el tratamiento que se le dio, realzando la dimensión trágica, focalizándose en el individuo y ocultando las redes a su alrededor”.

La fama interna. De la granja a la cabina

Para el arquitecto y filósofo George Franck, “hay dos motivos que impulsan la decisión de emprender una carrera científica: la curiosidad y la vanidad”. Esta última ligaría con la aspiración a la fama, aunque cada vez <em>más textos abran el debate de la importancia de ser conocido dentro del mundo científico como mera herramienta de supervivencia y progreso.

Para los estudiantes jóvenes, Hilleman era un gruñón más o menos anónimo en las reuniones del sida. Pero sí fue reconocido por sus pares más directos.

La ciencia aspira a la objetividad, pero “la hacen personas y todas ellas tienen su subjetividad”, reconoce Revuelta.

“A la hora de escoger un proyecto en una convocatoria competitiva, de revisar un artículo para su publicación o de otorgar un premio, nuestros juicios se ven marcados sin duda por la subjetividad, y en esta lo conocido tiene prioridad ante lo desconocido, por lo general”.

Hilleman no acumula apenas miliDarwins, y para los estudiantes jóvenes era un gruñón más o menos anónimo en las reuniones del sida. Pero sí fue reconocido por sus pares más directos.

Además de múltiples premios, parte de la flor y nata científica se reunió en Filadelfia para homenajearlo unos meses antes de morir. Esa noche se lo agradeció diciendo: “No hay mayor tributo que se pueda rendir a un científico que recibir el visto bueno de un colega. A todos ustedes los considero pares en el mundo de la ciencia”.

El periodista de la revista Nature escribió: “Dirigida a un grupo de más de cien personas, la declaración era claramente absurda. Desde cualquier punto de vista objetivo, una reunión de pares científicos de Maurice Hilleman no llenaría una cabina telefónica”.

Para Roqué, más allá del anonimato de Hilleman, “lo que me parece sorprendente es casi que alguien sea famoso, particularmente en la ciencia”.

Probablemente la personificación sea siempre algo injusta, y más en el mundo científico, donde el trabajo es cada vez más coral, competitivo en la distancia, pero necesariamente colaborativo. Seguramente este artículo también lo sea.

Fuente: SINC