Adoptar nuevos hábitos para combatir el cambio climático supone modificar cómo nos desplazamos, consumimos y nos alimentamos. No es fácil: en general, los europeos son reticentes. Además, las acciones individuales deben ir acompañadas de políticas climáticas para limitar el aumento de la temperatura media global a 1,5 ºC.
Hace 12 años, poco antes de que se celebrara la Cumbre del Clima de Copenhague, que supuso una de las mayores decepciones en términos de lucha climática, dos investigadores indios hacían en un estudio un llamamiento a la sociedad para cambiar sus hábitos de vida y así reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Este cambio, decían, debía venir acompañado de un esfuerzo continuo hacia una mayor conciencia de estilos de vida sostenibles, preocupaciones energéticas, y la creación de sinergias entre la política, la regulación, la tecnología, las fuerzas del mercado y los imperativos éticos.
“El cambio debe centrarse en los modelos de consumo de energía. Es importante incluir esto en el discurso político global”, recalcaban en su trabajo los investigadores. Más de una década después, y con unos avances considerables en acciones climáticas tras la aprobación del Acuerdo de París en 2015, pocos hábitos han conseguido modificarse para lograr una reducción en las emisiones de gases de efecto invernadero.
En este tiempo, no han aumentado particularmente las adquisiciones de coches eléctricos, ni tampoco han disminuido los trayectos en avión —exceptuando los meses de confinamiento y pandemia por covid-19—. En la mayoría de los casos, hemos seguido comprando alimentos sin importarnos su procedencia y comiendo carne roja como si realmente no influyera en la emergencia climática. También hemos continuado consumiendo energía en nuestros hogares del mismo modo.
Así lo confirma la última encuesta, realizada en agosto de 2021 por el Centro de Investigación de Opinión Pública YouGov-Cambridge en Reino Unido, que ha analizado las actitudes medioambientales de unas 9 000 personas en siete países europeos, incluido España (Gran Bretaña, 1 767; Alemania, 2 108; Francia, 1 035; Dinamarca, 1 009; Suecia, 1 015; España, 1 050; Italia, 1 000).
Los resultados, publicados recientemente, revelan que en general los europeos quieren que se tomen medidas urgentes contra el cambio climático, pero están lejos de estar dispuestos a cambiar su modo de vida: siguen siendo fieles consumidores de carne y cuestionan las propuestas políticas como la de prohibir la venta de nuevos vehículos de petróleo a partir de 2030.
“La preocupación por el cambio climático es muy alta en todos los países, aunque el conocimiento de las medidas concretas que se pueden tomar para afrontarlo es menor, y la acción también va por detrás de la preocupación”, indica a SINC Lorraine Whitmarsh, directora del Centro para el Cambio Climático y las Transformaciones Sociales (CAST) e investigadora en la Universidad de Bath (Reino Unido).
En cada muestra nacional, la mayoría de las personas encuestadas estuvo de acuerdo en que el cambio climático es un fenómeno genuino y una preocupación importante, y rechazó la idea de que se esté exagerando su gravedad. Entonces, ¿a qué se espera para tomar ciertas decisiones personales?
Más coche eléctrico y menos carne roja
“El cambio climático es un tema que puede parecer lejano o abstracto para la gente en comparación con las preocupaciones más inmediatas del día a día, por lo que no suele influir en la decisión de las personas”, subraya Whitmarsh como principal obstáculo.
Sin embargo, la comunidad científica advierte que los cambios que han de producirse en el sistema energético para lograr la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero no serán suficientes si no van acompañados de un cambio en el sistema social. Es necesario modificar cómo trabajamos, cómo viajamos e incluso cómo nos alimentamos.
En la actualidad, las medidas para reducir las emisiones de carbono suelen ser costosas e incómodas, o no son socialmente “normales”. “Es necesario facilitarlas, abaratarlas y convertirlas en la opción por defecto”, insiste la investigadora.
Si bien las personas muestran un entusiasmo generalizado por el rewilding, los ánimos se desvanecen cuando se trata de cambiar el estilo de vida
Si bien las personas muestran un entusiasmo generalizado por el rewilding (resilvestración o restauración de los ecosistemas a su estado natural), con un 70 % de apoyo en Gran Bretaña y un 79 % en España según la encuesta, los ánimos se desvanecen cuando se trata de cambiar el estilo de vida.
En la mayoría de los países europeos, gran parte de la gente come carne al menos varias veces a la semana. De los encuestados, solo una pequeña parte afirmó haber reducido su consumo de carne en los últimos 12 meses, y de ellos, por lo general, alrededor de la mitad o menos lo había hecho por razones medioambientales.
Pero, además de seguir una dieta baja en carbono, sin duda, es en los modos de transporte y de movilidad donde los cambios deben producirse antes. “Vivir sin coche (o en su defecto, comprar un vehículo eléctrico) es lo mejor que puede hacer la gente para reducir su huella de carbono, seguido de evitar los vuelos”, recalca la científica británica.
Apoyo de los gobiernos
La reducción de la huella de carbono individual está directamente relacionada con cómo nos desplazamos, viajamos y nos alimentamos, pero como ciudadanos también se puede influir a mayor escala en la toma de decisiones para hacer frente a la crisis climática. “Hay que pedir a los gobiernos un cambio más amplio que facilite y haga más asequibles las opciones bajas en carbono”, dice Whitmarsh.
En este sentido, las actitudes hacia la acción medioambiental en el ámbito político son muy variadas. En casi todos los países, una gran parte de los encuestados apoya la política de aumentar la inversión pública en energías renovables, como la solar, la eólica y la mareomotriz, siendo mayoría en Gran Bretaña (66 %), Alemania (52 %), Dinamarca (65 %), España (74 %) e Italia (69 %). Solo Francia muestra reticencias con un 24 % de apoyo.
Hay que pedir a los gobiernos un cambio más amplio que facilite y haga más asequibles las opciones bajas en carbono, Lorraine Whitmarsh.
Sin embargo, en otros ámbitos, el apoyo público es vacilante y variable, como la prohibición de la venta de coches y furgonetas de gasolina o diésel, o una tasa para viajeros frecuentes. Medidas que son, sin embargo, necesarias porque, aunque la educación es parte de la respuesta, no es suficiente.
“Otra más importante es que los gobiernos pongan en marcha políticas como tasas por viajeros frecuentes, la peatonalización y el cobro por congestión, tasas de aparcamiento, impuestos sobre el carbono, las subvenciones a los vehículos eléctricos y a las bombas de calor, y las normativas para prohibir las prácticas y los productos más contaminantes, con el fin de facilitar a todo el mundo la adopción de medidas para reducir las emisiones de carbono”, zanja la británica.
En este sentido, y tras de la celebración de la Cumbre del Clima que ha tenido lugar en Glasgow, en general las personas en Reino Unido, Alemania, Francia, Dinamarca, Suecia, España e Italia apoyan firmemente muchos de los objetivos de las conversaciones de la COP26, “al menos en principio”, señala Emily Shuckburgh, directora de Cambridge Zero. Pero, en realidad, a pocos meses antes de su inicio, solo un tercio de los adultos británicos se había enterado de su celebración en su país, una cifra que desciende cuando son preguntados en el resto de países.
La investigadora recalca que la COP26 debería considerarse como una cumbre vital en la que el mundo debe emprender una acción climática inmediata y significativa. “Pero la mala noticia es que la mayoría de la gente apenas se ha dado cuenta de que los líderes mundiales que pueden tomar realmente las medidas necesarias estarán en nuestro propio patio trasero”, concluye.
Fuente: SINC