Israel Borrajero. el eterno profesor de Anatomía Patológica

Israel Borrajero. el eterno profesor de Anatomía PatológicaEran las nueve de la mañana del jueves 9 de septiembre de 2021 y en el cuarto piso del Hospital Clínico Quirúrgico Hermanos Ameijeiras, en una pequeña aula, un equipo de investigadores estudiaba células y muestras de diferentes tejidos.

Detrás del microscopio, como cada martes y jueves desde abril de 2020, se encontraba el Doctor en Ciencias Israel Borrajero Martínez, a quien la determinación por comprender el comportamiento de las enfermedades lo llevó a estudiar Medicina y también a tratar de entender el SARS-CoV-2.

Han pasado varios jueves desde aquel último día en el que quedaron tantos pendientes, porque para el galeno, a los 91 años de edad, la jubilación no estaba entre sus planes.

El 10 de septiembre fue de luto para la ciencia y la anatomía patológica cubana, al decirle adiós al eminente patólogo, creador de una centena de departamentos de la disciplina en el país y formador de varias generaciones de especialistas.

“¿Muchachitas y el cafecito de hoy? A veces pienso que va a entrar por la puerta y nos hará esa habitual pregunta. Después de su partida nunca más llevé la cafetera. No podía. Para nosotros compartir con él durante ese tiempo, aprender junto a él, era especial. Su muerte fue algo chocante y no hay un día que no lo recordemos”, dijo la doctora Teresita Montero González.

Cuando muchos temían el contagio con la recién descubierta COVID-19, ella fue la primera que realizó, en el Hospital Militar Central Dr. Luis Díaz Soto (conocido como Naval), autopsias a personas fallecidas a causa de esa enfermedad. Él lo supo y de inmediato la llamó.

Se reunieron con algunos de sus mejores alumnos, pues al profe le encantaba el trabajo en equipo, “sin darle ese nombre era lo que generaba a su alrededor y sabía a quién consultar para cada experiencia”.

Así Teresita Montero González, José Hurtado de Mendoza Amat, Victoria Capó de Paz y el propio Borrajero formaron el Grupo Especial de Trabajo de Anatomía Patológica, perteneciente al Ministerio de Salud Pública, que pronto se convirtió en una residencia para los veteranos especialistas y otros que se sumaron.

“Los martes y los jueves sentíamos alegría porque nos íbamos a encontrar, la relación entre todos era de mucha camaradería, esos meses resultaron increíbles y pudimos trabajar con él como si fuéramos estudiantes de nuevo. Desde que decidimos hacer la especialidad Borrajero siempre estuvo ahí, y, sin adorarlo, teníamos la certeza de que siempre estaría presente, como mismo está el Sol todos los días”, afirmó la doctora Virginia Capó de Paz.

Del Hospital Hermanos Ameijeiras el equipo se trasladó, el 29 de noviembre, al Instituto de Nefrología Dr. Abelardo Buch López, a un aula más pequeña, donde también se le extraña y se le rinde homenaje como les enseñó: honrando la especialidad y desentrañando los misterios de las enfermedades, en especial de la COVID-19, pues para el doctor no existía nada más apasionante que hacer un buen diagnóstico.

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A sus 81 años José Hurtado de Mendoza Amat —miembro del Grupo Nacional de Anatomía Patológica y de Honor de la Sociedad Cubana de la especialidad, así como profesor Titular y Consultante del Hospital Naval— es entre todos los alumnos de Borrajero, que actualmente se encuentran activos y en el territorio nacional, quien más años llevaba a su lado.

Hurtado conoció al que sería su maestro para toda la vida en 1962, cuando estudiaba para convertirse en médico. Por aquel momento Borrajero, con solo 32 años, comenzaba al frente de la Cátedra de la especialidad en la Facultad de Medicina.

Durante esos años, producto de la emigración, las asignaturas quedaron debilitadas en su plantilla docente y esa carencia afectó también a la Anatomía Patológica, pues de siete profesores solo quedaron dos.

En tales condiciones era imposible atender a la gran cantidad de estudiantes que llegaron a las aulas, por lo que hasta el Hospital Clínico Quirúrgico Mercedes del Puerto (actual Joaquín Albarrán), donde trabajaba el patólogo, llegaron el decano de la Facultad y el jefe del departamento de Medicina, para proponerle que impartiera clases en la universidad.

Borrajero no tenía nombramientos ni desempeñaba la docencia, pero contaba con los conocimientos y habilidades adquiridos tras muchas horas en los laboratorios. Desde que en 1950 empezó como alumno interno en el departamento de Anatomía Patológica del Hospital de Maternidad América Arias se introdujo por completo en la patología, sin pensar en otra especialidad.

Cuando le propusieron asumir la jefatura de la Cátedra, aceptó esa nueva etapa dentro de la disciplina, pero manteniendo sus responsabilidades asistenciales y científicas en el Clínico Quirúrgico y la jefatura del departamento de Anatomía Patológica del Hospital Nacional (actual Enrique Cabrera), además de apoyar el trabajo de ese departamento en el Hospital William Soler.

Pocas jornadas antes de su partida física, el propio Borrajero nos contó en una entrevista que, para asumir la docencia de los más de 900 estudiantes que empezaron en enero de 1963, fue necesario captar personal con conocimientos de la especialidad, ya fuese como alumnos o residentes empíricos, porque en aquel momento no existía un programa de residencia. “Con mi presencia y la de otros dos no era suficiente”, acotó.

“Creamos un grupo de 17 o 18 entre alumnos ayudantes, internos, residentes y formamos un colectivo para la docencia. Había que organizar al personal, los materiales, crear condiciones de logística de la docencia teórica y práctica, y en los meses de noviembre de 1962 y enero de 1963 se preparó ese equipo que lo he nombrado fundacional de la Anatomía Patológica de la Revolución.

“Fueron los pioneros en ese trabajo, gente joven, entusiasta, que desempeñaron y aún desempeñan un papel importantísimo en la patología de Cuba y en otros países”, reconoció el especialista.

Uno de los que se acercó a él con los deseos de convertirse en alumno ayudante fue Hurtado, a quien definiría casi 60 años después como “un hombre persistente, porque cuando se propone algo no para hasta lograrlo”. Y el joven aspirante a ser galeno se propuso ser patólogo.

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Él era alumno del Clínico Quirúrgico y al saber sus intenciones con la especialidad, Borrajero lo incorporó al departamento. Rememoró el doctor que en aquellos años se podían contar con los dedos la cantidad de profesores especialistas que había y el grupo de docentes estaba integrado, en su mayoría, por estudiantes de varios cursos.

Hurtado siempre trataba de ir al hospital cuando el profesor pasaba por allí a ver las muestras y realizar los diagnósticos. Aún recuerda la forma en que su maestro analizaba las biopsias, autopsias y citologías de ese hospital y del Nacional y, mientras lo hacía, se cercioraba de compartir conocimientos para que los demás también aprendieran.

“Le copié hasta su estilo para mover las láminas en la platina del microscopio, quitaba el herraje y lo hacía con las manos, pero yo no era el único que lo copiaba, casi todos los que nos formamos con él lo hacíamos así”, dijo.

Para el patólogo el genio del profesor y su acuciosidad para determinar los padecimientos se debía a su memoria fotográfica. “En varias ocasiones le consulté casos vistos con anterioridad y con solo observar la lámina se daba cuenta de que la había visto antes y cuál era la enfermedad del paciente.

“Era capaz de hacerlo, a pesar de todo su trabajo como consultor central de Anatomía Patológica en el país y más cuando se creó el Centro Nacional de Referencia de la especialidad en el “Ameijeiras”, donde recibía los diagnósticos más complejos, incluso de otras naciones, y siempre tenía una respuesta”.

Sobre Borrajero, uno de sus alumnos más longevos, solo tiene palabras de admiración: “Era muy laborioso, prueba de ello es que nunca quiso jubilarse y se demoró en pasar a ser profesor Consultante, teniendo todos los méritos, por permanecer activo como jefe de departamento”.

Cuando en su carrera, por asumir responsabilidades administrativas, Hurtado estuvo alejado de la atención directa, no perdió el contacto con el maestro y luego de tantos años de cercanía insiste en que nadie lo podrá sustituir.

“Más allá de los cargos que desempeñó —profesor principal de la asignatura a nivel nacional, jefe del tribunal de doctorado, del Grupo Nacional, presidente de la Sociedad Cubana de Anatomía Patológica, y posteriormente Presidente de Honor — lo distinguía el ser muy humano y afectuoso, nunca lo vi maltratar a nadie, era muy ético, y cuando tenía que discutir un diagnóstico defendía los criterios de manera objetiva sin caer en la prepotencia, sino de forma educativa”.

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La patóloga del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, Virginia Capó de Paz, “Vicky”, quien es vicepresidenta de la Sociedad Cubana de Anatomía Patológica y secretaria del Grupo Nacional de la especialidad, recuerda con cariño y admiración cada frase y conocimiento adquirido del profe Borrajero.

Ella lo conoció en 1973, cuando se presentó para hacer el internado vertical en el Hospital Universitario Calixto García. A partir de ese momento hizo la residencia con él, participó a su lado en la docencia de las brigadas José Antonio Echeverría y tuvo todo su apoyo durante el servicio social.

“Desde la residencia —comentó— estaba muy pendiente de la preparación de los alumnos, promovía encuentros, nos hacía participar en eventos científicos y estimulaba a que nos superáramos. Él leía cada publicación sin importar si su nombre podría aparecer o no y era capaz de discutir diagnósticos y asumir que el de nosotros tenía más valor que el suyo, y eso habla de su humildad”.

Vicky siempre tuvo la certeza de poder contar con su profe de tantos años, “me salvó de muchos apuros en padecimientos difíciles de identificar y cuando terminé el doctorado me incorporó al tribunal permanente de grado científico. Sentí que me tenía mucha consideración y respaldaba los avances que tuve en la especialidad”, expresó.

Borrajero insistía en que, como parte de la superación profesional, realizaran publicaciones científicas, algo que durante estos meses de pandemia y desde su ausencia el equipo no ha dejado de hacer y que, según la doctora, continuarán haciendo como tributo a su memoria.

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También como aspirante a patóloga la Teniente Coronel Teresita Montero González —jefa del Centro de Desarrollo del Hospital Militar Central Dr. Luis Díaz Soto, profesora e investigadora Titular de esa institución y primera especialista de la materia en las Fuerzas Armadas Revolucionarias— conoció a su maestro de toda la vida, y con el tiempo y el cariño pasó a ser para él “la Tere o la niña”.

Siendo estudiante el profe supo de su constancia, laboriosidad y eficiencia, pues desde que en 1982 se inauguró el “Ameijeiras”, Tere se vinculó a través de las reuniones nocturnas que realizaban las sociedades científicas, en las cuales se discutían los casos más complejos.

“Los encuentros eran para especialistas y ahí estaba él como jefe de la especialidad. En una ocasión me hicieron un reconocimiento por ser la única residente que estuvo en todas las presentaciones”, rememoró.

A partir de ese momento la empatía fue mutua y al graduarse como especialista, en 1992, se mantuvo vinculada al ”Ameijeiras” y con el desarrollo de la citopatología en esa institución. En 2001 se gradúo de Doctora en Ciencias Médicas y pasó a integrar el Grupo Nacional de Anatomía Patológica.

Con el título en mano “me agarró como una carterita debajo del brazo para todo lo que tenía que ver con la docencia y la investigación”, relató.

Ese vínculo se fortaleció con los años y cuando ella, en 2009, empezó al frente del grupo de la especialidad en La Habana analizaban juntos los problemas de la provincia y también a su lado organizó los planes y programas de estudio relacionados con la Anatomía Patológica en la Facultad de Tecnología de la Salud.

“El profe defendía la especialidad a ultranza e incluso nos enseñaba a lidiar con los errores, a corregirlos y a que no los cometiéramos por presión de nadie”, dijo.

Cuando ella le propuso crear el Grupo Especial de Trabajo de Anatomía Patológica, nunca pensó que tras una vida dedicada a defender la especialidad Borrajero iba a aprender tanto con ese equipo y que el solo hecho de adquirir nuevos conocimientos, a sus 91 años, lo hiciera tan feliz.

“Ponía de su experiencia y su cosecha, pero era capaz de reconocer lo nuevo y eso fue una enseñanza para nosotros. Aprendía de cada uno, hacía un colectivo y reunía a todos para dar posibilidades de solución a los problemas, siempre contando con los demás, incluso con aquellos que estaban en otras provincias”.

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La máster en Ciencias Laura López Marín —especialista de II grado en Anatomía Patológica, profesora Auxiliar y patóloga del Instituto de Nefrología Dr. Abelardo Buch López— fue una de las doctoras que se incorporó después de creado el Grupo, a partir del interés de los profesores de nefrología de combinar los estudios de patología y los de convalecientes de la COVID-19 con enfermedad renal crónica. Habló con Borrajero y él le dio la bienvenida al equipo.

Años atrás también le había dado la bienvenida a la especialidad cuando le realizó la temida entrevista. Ella era madre de un bebé de tres meses y llevar ambas cosas sería un enorme reto.

— ¿Pero así vas a hacer Anatomía Patológica?

—Sí, profe

— ¿Te vas a estudiar todos los libros?

—Sí, profe

Tras intercambiar esas palabras él confió en su determinación. Laura se graduó en 2003 como patóloga y cuatro años después comenzó en el Instituto de Nefrología. Como todos sus alumnos contó siempre con el apoyo de Borrajero, desde que inició la residencia en el Hospital Militar Dr. Carlos Juan Finlay. A él le consultaba los casos más difíciles y nunca tuvo un no como respuesta.

“Me decía: «Ven mijita» y no hubo de su parte un después o un ahora no, más tarde. De su experticia aprendí mucho y siempre llegaba a un diagnóstico de certeza. A mi consideración era un genio, capaz de recordar cada caso, hasta la edad del paciente”.

Para la doctora, poder regresar durante estos meses a su lado fue vivir otra residencia, y es que lo mismo encontraba lesiones de patología general que tumores y alteraciones desconocidas.

“Él trataba de averiguarlo todo con un ímpetu tremendo y conformó un equipo perfecto en el que también está su impronta”, por eso aspiran a elaborar más artículos científicos, además de los que ya están publicados, y a realizar tesis de residencia, maestría y doctorado con toda la información recopilada y que empezó con él. “Eso será una fortaleza para la especialidad a la que tanto le dedicó”, afirmó.

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Otra de las muchachitas del profe Borrajero fue la doctora Licet González Fabián, especialista de II grado en Anatomía Patológica y profesora e investigadora Auxiliar del Instituto de Gastroenterología. Ella pasó a integrar el Grupo luego de la muerte del profesor, pero con la certeza de que continúa presente en cada diagnóstico.

“Todos los que nos formamos como patólogos tenemos alguna experiencia con él, porque era quien daba el visto bueno para iniciar la especialidad”, comentó.

Recordó que, desde sus primeros pasos en ese campo, en 1998, conoció de su sencillez y humildad, y se convirtió en un padre que con una sonrisa atendía cada una de sus necesidades y dudas. “Al principio iba con miedo y él me hacía sentir en casa y que no me pensara inferior a él”.

Borrajero estuvo como presidente de su tribunal cuando Licet defendió la especialidad, la maestría y cuando se hizo especialista de II grado. Ella también aspiraba a que estuviese ahí el día en que defendiera su tesis de doctorado, aunque eso ya no será posible, mantiene su compromiso de terminarlo “porque todo el tiempo te impulsaba a seguir superándote y a él se lo debo”.

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Es 9 de febrero de 2022, han pasado exactamente cinco meses del encuentro en aquella aula y aún duele cada palabra sobre el eterno profesor de Anatomía Patológica. Sirva este trabajo para honrar su memoria y el quehacer de todos sus alumnos, quienes sin dudas mantendrán vivo su legado.

febrero 2022 (ACN)