Médicos cuesta arriba

El fotógrafo Gilberto Ante Herrera capturó con su lente las primeras luces del día en las proximidades del Pico Turquino, Santiago de Cuba, aquel 14 de noviembre de 1965. Allí tomó un contraluz perfecto: Fidel, a la derecha de la imagen, de perfil, sobre un podio improvisado y con las manos a su espalda.El 14 de noviembre de 1965, se graduaban en la Sierra Maestra los primeros médicos formados por la Revolución. La singular promoción académica fue acompañada por Fidel, quien dejó una huella imborrable en los nuevos galenos. Héctor Terry Molinet, uno de ellos, conversa con Granma sobre aquella experiencia.

A su alrededor, una decena de médicos y estomatólogos, de los cientos de jóvenes que ascendieron, durante cinco días, a lo más alto de la Isla para recibir su título de graduados. Era la primera promoción de profesionales de la salud, tras el triunfo de la Revolución. En la foto todo parece quietud. El acto estaba por comenzar.

El doctor Héctor Terry Molinet recuerda muy bien aquella mañana. «Hacía un frío brutal en la explanada del Pico Cuba –la segunda elevación más alta de la Isla– donde tuvo lugar el acto de graduación. Pero el entusiasmo era tremendo», cuenta a Granma quien entonces tenía 28 años.

El comienzo de un viaje único

El viaje comenzó en la Estación Central de Ferrocarriles de La Habana, desde ahí se inició el camino. A mitad del trayecto, una especie de corriente eléctrica se expandió de vagón en vagón, ha recordado el escritor Ventura Carballido en su libro Realidad de un sueño.

Fidel estaba en el tren junto con ellos. Con su sencillez característica, conversó con médicos, profesores, estudiantes universitarios. Hizo reír a todos, y les dio palabras de aliento. Habló del viaje y se preocupó por el ánimo de todos», ha contado.

Los médicos llegaron primero a Holguín y el 8 de noviembre de 1965 siguieron su viaje rumbo al Turquino, en una flotilla de 21 camiones Berliet, con bancos de madera y techo de lona.

Esa noche llegaron a la ciudad escolar que hoy pertenece al municipio de Bartolomé Masó, provincia de Granma. Luego, se hicieron camino a Las Mercedes, «pueblito en el que me encontraba desde hacía unos meses, luego de escoger la higiene y epidemiología como parte de mi internado vertical, y que me enviaran a esa zona de Granma en mi último año de estudiante. Este es el momento en el que yo me incorporo, junto a mi esposa, a la enorme caravana», recuerda a Granma el doctor Terry.

Luego de años de estudio, interrumpidos por el cierre de la Universidad de La Habana y la lucha insurreccional, Terry pudo ver cumplido su sueño de ser médico.

El doctor Terry comenzó a estudiar Medicina con 18 años, en 1955. Un año después, luego del alzamiento en Santiago de Cuba del 30 de noviembre de 1956, como parte de las acciones para recibir el yate Granma, «Batista decidió cerrar la universidad y los cientos de estudiantes de Medicina quedamos en la calle. Antes del triunfo de la Revolución, solo pude examinar tres asignaturas».

Muchos nos unimos a la lucha insurreccional, dice. «Tuve el privilegio de conocer y luchar junto a jóvenes como José Antonio Echeverría. También a Fructuoso Rodríguez, José Machado Rodríguez, Juan Pedro Carbó Serviá y Joe Westbrook –asesinados en Humboldt 7, el 20 de abril de 1957–. Estuve junto a ellos en las actividades estudiantiles y la clandestinidad».

El ascenso en cinco días

Con el triunfo del 1ro. de enero de 1959, muchos buscamos la posibilidad de volver a estudiar Medicina, rememora Terry.

«Y así se fue creando ese grupo enorme de estudiantes, que en el año 1965, recibió el título de graduado universitario en las proximidades del Pico Turquino, luego de cinco días de escalada. La compañía de Fidel durante el trayecto, y la firma estampada en el diploma, valieron la pena el sacrificio del ascenso», dice y señala con el dedo los trazos de la signatura, al centro del documento que cuelga de la pared de su pequeño estudio.

Aunque ya Terry estaba acostumbrado a las condiciones adversas de las montañas, por los meses que pasó en la serranía de Granma, como parte de su internado vertical, «no me fue sencilla la escalada».

Éramos un grupo enorme, de casi 500 jóvenes, porque también se incorporaron a la subida dirigentes de la Federación Estudiantil Universitaria y organizaciones de masas, como los Comités de Defensa de la Revolución, la Federación de Mujeres Cubanas y estudiantes de otras facultades. «El ascenso se convirtió en un acto de una gran trascendencia política», dice.

«Hicimos paradas en cinco puntos del trayecto. Luego de Las Mercedes, donde me incorporé, llegamos a Altos de Mompié, donde, en 1958, Fidel Castro fue designado Secretario General del Movimiento 26 de Julio y Comandante en Jefe de todas las fuerzas revolucionarias.

«Después, Sierra arriba, llegamos a La Plata, donde Fidel estableció su Comandancia en 1958. De ahí al poblado Palma Mocha, le siguió la comunidad de Aguada de Joaquín y, por último, el Pico Turquino».

Recuerdos de la subida

Los rostros cansados se repetían entre los cientos de jóvenes, por las bajas temperaturas, la lluvia que suele ser abundante en las zonas montañosas, el fango, las noches de sueño en hamacas, junto a la pérdida, en ocasiones, del camino trazado. Las mujeres, con el pelo amarrado con pañoletas y sombreros o gorras, mostraban una apariencia descuidada. Todos pedían a gritos llegar al Turquino. «Sin embargo, nunca perdimos el entusiasmo», dice Terry.

Fue una oportunidad única estar cerca de Fidel, eso mantenía activo el espíritu, «aunque no era fácil verlo entre tanta gente, siempre iba al frente de la enorme caravana, junto a Celia Sánchez Manduley, Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí) y otras personalidades, como el Doctor Honoris Causa en Ciencias Biológicas, José Millar Barruecos (Chomi)».

Pero estuvo muy cercano a todos. «Hacía a cada tramo del camino prácticas de tiro al blanco, pasaba entre los grupos, hacía historias, se reía con todos… Fue un entorno muy amigable, nunca sentimos que había distanciamiento».

Y así lo retrató Gilberto Ante Herrera, sentado entre una veintena de muchachos, con rostro afable y, muy cerca de él, Celia.

«El día de la graduación, Celia Sánchez, que siempre fue una mujer de muchas ideas y ternura, hizo subir a la cima, en helicópteros de la Fuerza Aérea Revolucionaria, desde Santiago de Cuba, un grupo de peluqueras, con sus artefactos, para arreglarle el pelo a las muchachas y alistarlas para el gran momento de recibir su título», cuenta entre risas.

También puso un quiosco de helado Coopelia de diferentes sabores y churros, en pleno corazón de la Sierra, que se subieron igual en helicóptero, dice. «Hubo también barberos, limpiabotas, estanquillos con dulces y frutas», enumera.

El día de la graduación, desde la cima, técnicos y obreros del Instituto Cubano de Radio y Televisión, con la ayuda de los campesinos, las Compañías Serranas, el ejército y el Partido hicieron posible, por primera vez en la historia, una transmisión radial y televisiva. «El trabajo fue muy arduo», recuerda Terry.

Los graduados

Estábamos cansados de las largas jornadas de caminata, pero nada impidió que el acto fuera hermoso. «Lo más emotivo de aquella mañana fue el momento en que los padres del mártir Pedro Borrás Astorga, asesinado en las arenas de Playa Girón, durante la invasión mercenaria en abril de 1961, recibieron, de manos de Fidel, el título universitario del hijo al que le arrebataron el sueño de graduarse como médico».

Fue una graduación histórica, y de ella nos quedaron las palabras de Fidel aquella mañana, en la cima más alta de Cuba: «Unos van cuesta abajo por el camino de la vida, sin principios, y otros van cuesta arriba. Lo importante es que los que marchan cuesta arriba, no solo son más, sino que son mucho mejores que los que van cuesta abajo».

Granma

Nota:

Esta entrevista fue publicada por Granma en enero de 2019.

En conmemoración de la fecha, debido a su significado histórico y también en homenaje al querido profesor Terry, fallecido recientemente, hemos decidido ponerla a consideración de todos.