Los duelos de la COVID-19

Los duelos de la COVID-19Ya son casi dos años descubriendo un nuevo modo de sobrevivir ante esta realidad que tiempo antes parecería de ciencia ficción. Ahora, la normalidad son las mascarillas, los confinamientos y las zonas rojas en los hospitales. Sin embargo, uno de los cambios más radicales que ha traído la pandemia son los nuevos formatos de duelo.

¿Qué sucede cuando una persona no puede acompañar a un ser querido en sus últimos momentos? ¿Cuánto impacta el hecho de no poder realizar los funerales tradicionales y despedir a ese hijo, padre, hermano o esposo(a) que te ha quitado la pandemia?
Nuestra investigación se adentra en los duelos de la COVID-19.

Decir adiós desde la distancia

Cuando un paciente muere por COVID -19, el protocolo de manejo de los cuerpos es diferente. “Los modos de transmisión de COVID-19 por los cadáveres no tienen una base científica, pero por riesgo biológico, diferentes países tomaron estrategias adecuadas: el uso del equipo de protección y otras medidas de seguridad, especialmente durante la autopsia, el uso de desinfectante y los servicios funerarios recomendados”.

El familiar no puede acceder al cuerpo debido a medidas sanitarias para evitar el contagio y propagación de la enfermedad. Por tanto, el cadáver es llevado a anatomía patológica donde se le realiza la autopsia y luego de ello se traslada a la funeraria donde está el servicio de cremación. De esa forma está establecido en la mayoría de los protocolos internacionales.

La especialista de salud mental María José Figueroa de la Fundación Silencio (FUNDASIL) de El Salvador, considera que la dimensión social de las despedidas se ha visto eliminada de forma justificada para evitar males mayores.

“Las exigencias sanitarias actuales han limitado en gran medida estas expresiones que validan el dolor y el sentimiento de pérdida de la persona doliente y por eso dificultan la elaboración de un duelo. Cuesta mucho asumir la muerte, y aún más cuando no se ve, no se toca, y no se acompaña a la persona que ya no está. En nuestra cultura los rituales y los símbolos, son muy importantes. Velar a una persona nos permite elaborar reflexiones, sentimientos, y pensamientos que hoy en día no los estamos teniendo.”

“Estos pacientes se informan del estado de su familiar en los partes que se dan, y eso de una forma u otra influye en su estado de salud ante la impotencia de no poder verlos y saber que están en un estado grave que puede causarles incluso la muerte. Esas personas que aún no han desarrollado sintomatologías graves, una noticia negativa puede causarles un empeoramiento de su salud. En muchas ocasiones les toca recibir la noticia de la muerte de su familiar estando en la sala, sin poder despedirse, sin estar con el resto de los miembros de la familia, le toca atravesar el duelo solos y en ese momento es cuando los médicos y enfermeros nos convertimos en su familia porque debemos darle todo el apoyo posible para hacer que el proceso de pérdida no se pase en completa soledad”, explica Vladimir Alejandro Martínez Valero, médico cubano.

De acuerdo con las fuentes médicas consultadas, la recuperación de un paciente depende mucho de su estado psicológico, en el caso de los que pasan por cuidados intensivos tienen que enfrentar medidas de ventilación mecánica, pacientes que dependen de una sedación cuando están intubados y que se someten a un tratamiento intenso. Deprimirse para un paciente positivo de COVID -19 no es una opción porque entran en un estado de negación, dejan de cooperar y su sistema inmune cae también. En ese momento vienen las llamadas infecciones oportunistas.

La pérdida de “vivir como antes”

Posponer una boda, perder un año de estudios, cambiar un boleto de viajes interminables veces. A esos y otros tantos momentos hemos renunciado durante la pandemia. La COVID-19, ha puesto a la humanidad frente a un sinnúmero de pérdidas. Aunque la más evidente y peligrosa puede ser la de la salud, o la propia vida, la pandemia también ha mostrado su capacidad de penetrar en otros escenarios y provocar pérdida de la estabilidad financiera ante el cierre de negocios y la consiguiente falta de empleos, pérdida de rutinas y dinámicas sociales al no poder realizar las mismas actividades de antes y adaptar la vida a las nuevas condiciones del confinamiento. En ocasiones, estos tipos de pérdida se experimentan simultáneamente, lo cual afecta el equilibrio psicológico de cada persona.

Patrón de pérdidas como consecuencia de la COVID

  • Perdida de la salud física como resultado de haberse contagiado del virus debido a las dificultades y para acceder a los servicios sanitarios a fin de tratar otros problemas de salud.
  • Pérdida del bienestar psicosocial al experimentar aflicción, miedo, tristeza y ansiedad.
  • Perdida de la sensación de control como resultado de la imprevisibilidad y la incertidumbre que caracterizan a la crisis actual.

Fuente: Pérdidas y duelos durante la COVID-19/Centro de Referencia para el Apoyo Psicosocial de las FCR/A Cruz Roja Danesa

El psicólogo español Alberto Soler, explica en una publicación reciente en su canal de YouTube que los niveles de depresión han aumentado de manera exponencial a nivel internacional.

“Una investigación reciente canadiense que tuvo en cuenta datos de España, Italia, Estados Unidos, Perú, China, Irán, entre otros países muestra un gran incremento de problemas mentales en las poblaciones que han sido afectadas por COVID. A raíz de la pandemia la prevalencia de la depresión es tres veces superior de lo que era antes, cuatro veces superior en el caso de la ansiedad y cinco veces superior en el caso del estrés postraumático. Los estudios también mostraron una prevalencia mayor de insomnio y malestar sicológico”, indicó el especialista español.

Para el sector sanitario estos dos años serán por mucho tiempo, una de las épocas más complejas de su vida.
Han sido, la frontera entre la vida y la muerte, el principal ejército ante ese enemigo invisible que muta y contagia con rapidez. Son los verdaderos héroes… pero están agotados.

El personal sanitario sufre el duelo en silencio

Más allá de las particularidades de cada país y las medidas que han tomado, o no, para proteger a su población, hay un factor en común. Mientras el mundo aparentemente queda en pausa durante los confinamientos, los médicos no se detienen, pero sus vidas personales han pasado a un plano ultra secundario.

«Cada médico enfrenta esta situación como ha podido, pero hay demasiado estrés postraumático ante el incremento de muertes. Ver tantas familias destruidas por la pérdida de uno o más miembros nos llena de dolor. Además, pasamos mucho tiempo en zona roja y nuestra vida personal se ha visto afectada en las conexiones familiares.

Muchos médicos y enfermeros han perdido matrimonios, han visto afectadas las relaciones con los hijos porque le dedican demasiado tiempo al trabajo. Es parte de nuestra profesión ese nivel de sacrificio, pero también hay que crear espacio para uno mismo. Existen casos de médicos que no han podido volver a zona roja por el estrés psicológico que le ha generado lo que han visto”, alega el doctor cubano Vladimir Alejandro Martínez Valero.

El personal sanitario debe enfrentar la difícil tarea de comunicarse con las familias de los enfermos para informar su estado de salud, transmitir mensajes de despedida a quienes estén en fase terminal e informar a las familias cuando sus seres queridos hayan fallecido, todo ello, mientras lidian con sus propias emociones. De ahí que se expongan quizás de la manera más cruda, a importantes niveles de pérdida y duelo.

“Es doloroso ver que un paciente joven se te vaya de las manos porque hacen complicaciones abruptas que te dejan sin posibilidades. Los médicos buscamos formas de ayudarlo, de tratar de salvar esa vida y cuando no lo logramos es frustrante. Por eso, cada vida que salvamos de cuidados intensivos nos reconforta y nos llena de alegría, pero también en ese momento, empezamos a recordar todas las vidas que han pasado por nuestras manos, todas las que salvamos, pero también todas las que perdimos”, expresa con tristeza el médico cubano Vladimir Alejandro Martínez Valero.

En algunos países han creado espacios para la atención posterior a todos los que intervienen en zona roja.
Permanecer mucho tiempo en los hospitales ha hecho, que, a pesar de los distanciamientos por las batas y los trajes de protección, el personal sanitario se convierta en una familia, donde uno es el apoyo y sostén del otro. En algunos países han creado espacios para la atención posterior a todos los que intervienen en zona roja. Estudios sobre este tema refieren que es primordial brindarle apoyo especializado al personal de la salud cuando sufren de agotamiento físico y mental.

Testimonio de un sobreviviente

Noel Allen Pupo CarballosaNoel Allen Pupo Carballosa vivió en carne propia la última batalla a la que se someten los pacientes graves de COVID-19. En un momento determinado perdió la noción del tiempo y hoy solo tiene vagos recuerdos de los días que estuvo en terapia intensiva, pero las pocas memorias que lleva consigo le cambiaron radicalmente la vida.

Este doctor cubano, jefe del servicio de urgencias del hospital Freyre de Andrade ya llevaba un buen tiempo trabajando en la zona roja, pero como él mismo confesó, jamás imaginó atravesar una situación similar.

– ¿Tienes identificado dónde te contagiaste? ¿En tu opinión como clínico, cuáles fueron las causas de tu gravedad?

«El contagio es algo que a uno nunca le queda claro, sería muy fácil pensar que por ser personal de salud y estar en línea roja, el contagio fue ahí, pero no necesariamente debió haber sido de esa forma. Pudo ser en cualquier lugar. Por el uso adecuado de nuestros medios de protección, las posibilidades son bajas. Ahora, fuera del hospital, pude haber cometido algún error a la hora de la desinfección de las manos y el uso correcto de la mascarilla.

«Yo acudí al Hospital Militar Central «Dr. Luis Díaz Soto» porque tenía fiebre muy elevada de 40 grados. En esta institución trabajé por varios años y el personal médico son mis colegas. Unas 48 horas después de haber comenzado con esta sintomatología, comienza la falta de aire que era peor que una crisis de asma. Al inicio de mi ingreso me costaba trabajo realizar las actividades comunes como bañarme, levantarme de la cama, comer y tragar me era sumamente difícil.

«Estuve las primeras 48 horas en una sala abierta porque inicialmente no tenía tanto riesgo, luego pasé por el rápido decursar de la enfermedad hacia una sala de terapia intensiva debido a mis complicaciones. No hubo mejoría clínica. Recuerdo el día que me pasaron para la terapia intensiva pero luego tengo un espacio de tiempo donde no recuerdo mucho, ni el estado en el que me sentía, ni al personal que me atendía, no tenía una noción cuantitativa del tiempo, eso debe haber sido durante un lapso de unos cuatro o cinco días, un periodo donde la oxigenación bajó sustancialmente y eso pudo haber estado relacionado con mi estado mental.

«Uno nunca piensa que le va a tocar la enfermedad, o en caso de que le toque no piensas que vas a tener un cuadro tan grave, como el caso mío. Yo era un paciente joven con una comorbilidad principal que era el sobrepeso y el asma bronquial. Los elementos para que yo estuviera grave, dependían más de la cepa que de mis características. Realmente mi cuadro fue grave por lo cual estuve en terapia intensiva y llegué a tener criterio de intubación. No obstante, en un momento determinado comencé a mejorar y no hubo necesidad de acudir a este proceder.»

– ¿Qué recuerdas de ese tiempo en terapia intensiva?

«En las primeras 72 horas en sala abierta hubo un empeoramiento de la sintomatología, en mi debilidad y en mi manera de aceptar las cosas en un inicio era muy difícil. Yo me preguntaba, qué me está pasando, por qué me siento así, tengo que salir de esto. Pero llegó un momento donde la situación me venció. Yo prácticamente no podía hablar, solo atinaba a utilizar la telefonía celular, recuerdo que le escribía a los médicos que estaban en la sala o en el hospital de guardia, les mandaba mensajes de cómo me sentía y en qué necesitaba que me apoyaran, era lo único que lograba para mantener cierta comunicación, era solamente con el personal médico porque no mantenía comunicación con mi familia, en primer lugar porque quería protegerlos emocionalmente y que no se afectaran por el estado de gravedad en el cual estaba . No hay nada peor que saber, como médico, que tan mal estás y cuáles son las consecuencias que puede traerte.

«Cuando me dijeron que iban a pasarme para la terapia intermedia, acepté el hecho de que realmente podía fallecer por COVID-19. Una vez que llegué a esa conclusión, entré en este estado de soñolencia o inconsciencia, yo tenía sensaciones sobre lo que pasaba alrededor de mí, pero vagos recuerdos.

«El factor psicológico en estas situaciones es bien difícil. Como médico, conozco sobre las características de la enfermedad porque he estado tratando pacientes en todo momento. Al mismo tiempo identifico los signos de alarma por los cuales clasifico como un paciente de riesgo que poco a poco avanza hacia la gravedad. Primero viene la negación, es decir piensas, a mí no me debe estar pasando esto, yo no tengo por qué complicarme, yo no tengo que tener un desenlace fatal, y luego llegas a esa conclusión de que todo te está pasando. Fue una etapa muy difícil en mi vida. El tiempo para mí no pasaba, era una agonía permanente.»

– ¿Por qué decidiste mantener a tu familia alejado de tu condición real de gravedad?

«En este punto creo que fui un poco previsor. Al ver que cada día mi condición en el hospital se iba agravando yo tomé la decisión de aislar un poco el mundo exterior de mí. Podrás imaginar que el celular no paraba de sonar, amigos, compañeros de trabajo, familia, pacientes. En un momento determinado ya no pude atender más el celular. Solamente me dediqué a escribirle a dos personas, ambos profesores míos de la especialidad, quien a su vez informaban a mi esposa que se encontraba fuera del país. Mi familia en casa no hablaba directamente conmigo, porque no quería causarles una mayor preocupación. Mi esposa salió a México tres días antes de que yo ingresara, y al parecer estaba ya positiva a la COVID -19 en ese momento. Experimentó los síntomas estando fuera del país.

«No quería que mi familia supiera la magnitud de todo, porque los derrumbaría. Yo siempre he sido muy optimista y he llevado las riendas de todo en casa. Estar en esta situación que nadie esperaba sería un golpe muy fuerte para ellos. Los médicos pendientes de mi caso, manejaron lo mejor que pudieron la información teniendo en cuenta mi pedido.

«Cuando logro salir de la terapia intensiva que prendo mi teléfono después de una semana, el celular se bloqueó por la cantidad de mensajes de texto, en Whatsapp y en Messenger. Textos muy conmovedores de familia, amigos y pacientes. Hay uno en particular que me impactó. Se trata de una paciente que todas las tardes iba a la entrada del hospital y prendía una vela, algunos de los que pasaban por ahí la miraban extrañados. Ella pedía en sus oraciones cada día por mi recuperación.

«El primer día que salí de terapia intensiva logré hablar con mi esposa, ya instalado en una sala para pacientes de menor gravedad. Hicimos una video llamada pero ninguno de los dos lograba hablar de tanta emoción. Con mi familia logré conversar unos cuatro días que salí de la gravedad».

-Cuando comenzaste a salir de ese estado de letargo, ¿qué es lo primero que recuerdas?

«Una vez que me encontraba mejor, recupero ligeramente la conciencia. Los médicos que me atendían me comentaron sobre los bajos niveles de oxígeno que tuve, que se medían cada ocho horas con gasometrías arteriales. Recuerdo que, como parte del tratamiento, estuve boca abajo con una ventilación no invasiva, se utiliza una mascarilla de oxígeno, donde se le da presión al paciente, la sensación real es que te pongan un ventilador cinco veces más potente de lo que es un ventilador normal.

«El primer día que experimenté esa mejoría, sentí literalmente que alguien me llamaba a lo lejos y respondí. A partir de ahí empecé a evolucionar. Sin embargo, no podía ni bañarme, ni comer bien aun cuando había salido de la gravedad, seguía en terapia intensiva. Empecé a imponerme pequeños retos, poco a poco empecé a quitarme el oxígeno, me arriesgaba a hacer determinadas cosas como levantarme de la cama y caminar hasta el televisor. Debo decirte que eso era toda una hazaña, porque el televisor estaba de mi cama a unos dos o tres metros, que en mi estado de salud eran equivalentes a diez metros. Avanzaba aguantándome de todo.

«Luego vino la recuperación en el hogar, que también fue complicado, los dos síntomas que más predominaban eran las diarreas y la fiebre, los cuales se mantuvieron varios días. Las actividades más simples me provocaban mareos y decaimiento, lo único que pedía mi cuerpo era estar acostado. A la semana exacta de estar en mi casa empecé a caminar por las noches. Los primeros días casi me desmayo, pero poco a poco fui avanzando más y lograba hacer tramos más largos como parte de la fisioterapia.»

– ¿Cómo notaste el cambio en tu vida cuando comenzaste a trabajar?

«Exactamente un mes después de salir del hospital comencé a trabajar en zona roja, a pesar de que mi familia y mis colegas me decían que no lo hiciera, que esperara más tiempo en la recuperación. Sin embargo, en lo único que yo pensaba era en cuantas personas yo podía ayudar con esta nueva vivencia que había tenido. Nada mejor para saber que necesita una persona, que haber estado en su posición. A pesar de todo lo que viví, me he quedado con lo positivo de esta experiencia y es lo que trato de transmitir a los pacientes que necesitan de nuestro apoyo.»

– ¿Llegaste a sentir la posibilidad real de que no lo lograrías?

«Te cuento algo, en los días donde empecé a mejorar, pero continuaba en la sala de terapia intensiva había cierta tensión, porque a pesar de mi mejoría podía existir un retroceso en el cuadro. Por las características de esa sala en particular, las lámparas tienen un fondo lumínico que posibilitan ver para la parte posterior. En ocasiones veía a pacientes en los cuartos contiguos y muchas veces veía al equipo de médicos realizando maniobras de reanimación cardiopulmonar. Un rato después observaba como trasladaban bolsas negras por el pasillo lateral y me daba cuenta que esas personas no lo habían logrado. Era un momento de sensaciones encontradas, porque al mismo tiempo sentía tristeza por esos pacientes que no pudieron salir con vida, y por otro lado sentía regocijo de ser un sobreviviente.»

¿Cómo seremos luego de la pandemia?

Aún cuando cada país ha vivido sus propias experiencias en torno a la pandemia, investigaciones recientes indican que brindar cierta autonomía a los familiares de los fallecidos sobre estos nuevos formatos del duelo reduce el impacto negativo de la pérdida. Por ejemplo, resulta indispensable explicar a las familias los pasos posteriores a la muerte, facilitar la visión del cuerpo a través de un vídeo, fotografías o vista directa desde una distancia segura cuando sea posible y lo solicite la familia. Si se puede elegir entre incineración o entierro, se debe dejar claro a los familiares de la persona fallecida que existe esta posibilidad y los protocolos a seguir. Si existen prohibiciones específicas, también es esencial que se expliquen los motivos de estas medidas a las personas afectadas.

Todo ello influye en mitigar el impacto de la noticia y evitar efectos posteriores de depresión en las familias ante la ausencia de una despedida digna.

Por otro lado, hemos encontrado algunas alternativas, ya aplicadas e varios contextos, para afrontar el periodo de duelo.

Los niveles de resiliencia de los seres humanos, evidenciados durante la pandemia, sin importar credos y culturas, demuestran que algunos cambios llegaron para quedarse un tiempo. Nos hemos adaptado a sonreír detrás de las mascarillas, mantener las distancias y evitar los espacios conglomerados. De igual forma, intensificamos el uso de las tecnologías para mantenernos cerca de familiares y amigos, así como resolver compromisos académicos y profesionales. Sin embargo, esos necesarios distanciamientos pueden marcar en el futuro, un miedo perenne al contacto físico y en el caso de los niños, dificultades para la socialización.

Algunos expertos alegan que solo se han visto situaciones similares en escenarios de conflictos bélicos.

Queda mucho por descubrir aún acerca del virus que transformó el mundo. No obstante, a la par de las investigaciones para lograr vacunas y tratamientos eficaces, se hace urgente las indagaciones sobre cuánto hemos cambiado por dentro los seres humanos después de la pandemia. Analizar desde una perspectiva interdisciplinaria cómo quedamos nosotros, los sobrevivientes, después de los encierros, las múltiples pérdidas, la incertidumbre y la inevitable necesidad de continuar viviendo.

(Tomado de Almayadeen)

agosto 2021 (Cubadebate)