Las películas han retratado incansablemente las catástrofes que pueden ocurrir en el caso de que ‘escape’ de un laboratorio algún patógeno que ofrece gran riesgo a la humanidad. En el mundo real, ¿cómo logran los científicos obtener el conocimiento necesario sobre estos peligrosos microorganismos sin contagiarse a sí mismos y a otras personas?
La ciencia actualmente conoce cerca de 1 400 patógenos humanos, es decir, virus, bacterias, hongos, protozoos y helmintos que pueden causar lesiones o incluso la muerte a una persona. Sin embargo, en nuestro planeta existen cerca de un billón de especies distintas de microorganismos, de las cuales los científicos han estudiado solo una milésima parte del 1 %.
Entonces, mientras tiene sentido que nosotros evitemos estos peligrosos agentes en nuestras vidas cotidianas, los científicos deben estudiarlos de cerca para aprender cómo funcionan. La comprensión de cómo los patógenos causan daño es crucial para la medicina tanto humana, como veterinaria, subrayó Jerry Malayer, profesor de Ciencias Fisiológicas en la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad Estatal de Oklahoma, en Estados Unidos.
“Comprender qué hacen estos organismos, cómo lo hacen y cómo se propagan ayuda a los investigadores a desarrollar medidas para detectar, mitigar y controlar su expansión. El objetivo es poder curar o prevenir la enfermedad que provocan. Cuanto más peligroso sea el patógeno, con mayor urgencia los científicos deben comprenderlo”, escribió Malayer en una columna para The Conversation.
Pero, ¿cómo es posible aprender más acerca de estos microorganismos sin poner en riesgo la vida de los científicos que los investigan y de aquellos en su entorno?
La verdad es que los estudios de los patógenos nunca son una iniciativa de riesgo cero. Sin embargo, a lo largo de las décadas, los investigadores han desarrollado métodos que permiten trabajar en los laboratorios con tales microorganismos con altos niveles de seguridad.
Antes de empezar un estudio es necesario documentar de antemano qué exactamente se planea hacer, cómo se llevará a cabo, en qué sitio tendrá lugar y quienes serán los científicos involucrados. Esta información se revisa por comités independientes para asegurarse de que los planes reflejen la forma más segura de realizar el trabajo que se planea.
Además, se realiza un seguimiento independiente de la investigación tanto por profesionales de la misma institución en la que se realiza, como por expertos de otros órganos. A menudo, los entes gubernamentales monitorean los estudios para garantizar que los investigadores están siguiendo los procedimientos y regulaciones aprobados.
bioseguridad y bioprotección.
Los científicos que trabajan con patógenos peligrosos necesitan seguir las prácticas de dos conceptos básicos: bioseguridad y bioprotección. Pero, ¿qué son exactamente y cuál es la diferencia entre ellos?
La bioseguridad, explica Malayer, se refiere a la contención. Incluye todas las medidas y procedimientos que mantienen seguros a los científicos y su entorno, a saber: espacios de trabajo cerrados y ventilados, flujos de aire direccionales y antesalas para controlar el movimiento del aire dentro del laboratorio. Además, los llamados filtros HEPA, considerados filtros absolutos, purifican el aire que entra y sale del laboratorio.
“Nos atenemos a las buenas prácticas de trabajo de laboratorio y todo el mundo se pone equipo de protección personal que incluye batas, máscaras y guantes. A veces usamos respiradores especiales para filtrar el aire que respiramos mientras estamos en el laboratorio. Además, a menudo inactivamos el patógeno que estamos estudiando, esencialmente desarmándolo para que no sea funcional, y trabajamos con una o algunas piezas a la vez”, detalló el científico.
La bioprotección, por su parte, se trata de las medidas diseñadas para prevenir la pérdida, el robo, la liberación o el uso indebido de un patógeno. Incluyen controles de acceso, controles de inventario y métodos certificados para descontaminar y eliminar residuos.
Las investigaciones, además, a menudo se clasifican en niveles de bioseguridad.
“En cada nivel, el aumento del riesgo requiere precauciones cada vez más estrictas para mantener a los trabajadores seguros y evitar cualquier uso indebido accidental o malicioso”, detalla Malayer.
En Estados Unidos, por ejemplo, las prácticas se dividen en cuatro niveles. Los dos primeros niveles (BSL-1 y BSL-2) se aplican a estudios donde el riesgo es bajo o nulo. Es decir, los microorganismos analizados no representan una seria amenaza para las personas o los animales.
El nivel tres (BSL-3) indica que ofrece alto riesgo individual, pero bajo riesgo comunitario, es decir, significa que el patógeno que se estudia puede causar una enfermedad grave en humanos, pero hay tratamientos disponibles.
El cuarto y último nivel (BSL-4) indica que la investigación está lidiando con patógenos que suponen un alto riesgo de enfermedad en personas y/o animales, que se transmiten entre individuos y para los que puede no existir un tratamiento eficaz conocido. Tales investigaciones son relativamente raras; se estima que no superan las cinco decenas en todo el mundo.
Tomado de (Sputnik)